Hermann Nitsch o el arte visceral

El artista austriaco Hermann Nitsch. Matt Dunham Reuters

El carnicero de mi barrio tenía las manos rojizas y las muñecas anchas como yunques. Recuerdo ahora el olor de la carne de ternera expuesta tras la vitrina, el brillo inquietante de los hígados y el resto de la casquería. Esta imagen había quedado sepultada en mi memoria, pero volvió de golpe al descubrirme ante una exposición de fotografía de Hermann Nitsch. No conocía al artista, y he de reconocer que su foto (ancho corporal bovino y barba blanca de rabino ultraortodoxo con mirada corva e inocente al mismo tiempo) no ayuda a intuir la naturaleza de su trabajo.

Fui con hambre, más por pura casualidad y por ir justo de tiempo que por precaución. La exposición quería ser una retrospectiva acotada (1963-1984) de sus Orgien Mysteries Theatre, una suerte de encuentros performativos que se celebran a precios exclusivos en una región rural y remota de Austria. En ellos se pone el foco en una liturgia de sangre, una mezcla del cuerpo humano con vísceras de animales. Las llamadas Körperaktionen, acciones corporales, pretenden desdibujar la figura humana al bañarla en sangre animal y cubrirla directamente bajo un túmulo de vísceras resbalosas.

Con similar intención se desarrolla otra acción donde una persona, atada a una cruz de madera, es transportada cuál figura de procesión por un grupo participantes vestidos de blanco. Puesto ya en posición vertical se produce el desgarro carnal de un torso animal situado delante del cuerpo en posición de crucifixión. Estas jornadas performativas mezclan el bullicio de los curiosos asistentes, una serie de casas en ruinas que hacen de cortijo, antorchas para la noche con amplios telares de inmaculada blancura que acabará teñida de rojo.

En las fotografías de la exposición no parece haber un límite: órganos sexuales explícitos, partes íntimas femeninas abiertas en sus pliegues. A medida que se pasa de una foto a otra se suceden las preguntas: ¿es pornografía? ¿es vampirismo camuflado de carnicería sacrílega?

Sin embargo, la conceptualización del arte mediante el uso de una terminología sofisticada y la división de la performance en partes como si fuera una pieza magistral, o una opereta, no dejan de chocar con la bacanal desnuda, casi banal, de cuerpos contorsionados. ¿Es arte todo lo infrecuente hecho con intención, todo lo que nos sacude? ¿Existe la obra de arte sin los dispositivos que nos la advierten como tal?

Preguntas y cuestiones abiertas a las que no podré dar respuesta mientras al otro lado del mundo un coreano devora un plátano arrancado de la pared a la que estaba sujeto con cinta americana gris, sin saber que se trataba de una prestigiosa obra de arte por su carácter innovativo. Ni que decir tiene que, tras la exposición, me costó cenar después de tanta sangre enmarcada.