Imagine que se halla al filo de un escarpado acantilado. El viento lo empuja hacia el precipicio y la caída, que devuelve la mirada, sin duda lo mataría. En un momento de reflexión (una meditación en la emergencia al puro estilo de Frank O'Hara), piensa que tiene dos opciones. La primera, inconsciente e indolora, es dejarse llevar por el viento y acatar la caída; la segunda, esforzada e irritante, consiste en luchar contra el fuerte viento y alejarse del risco. Hace frío, es de noche y debe decidir rápido. Toda su historia depende de ello.



España vive tiempos de extrema agitación. La gobernabilidad está en alto riesgo y los tortuosos procesos que el Partido Socialista está dispuesto a atravesar con tal de gobernar a toda costa se desvelan indignantes. Pero empecemos por el principio.



Mediante el chantaje que ejercen las fuerzas independentistas en Cataluña (en la que la masa social adherida a la secesión se revela robusta), se exige, sin que medie un mínimo sonrojo, la dispensación del pago de la totalidad de la deuda pública de la comunidad. La consumación de tal prerrogativa no solo resultaría en un violento golpe al estado del bienestar, también sería testigo diáfano del gran punto débil de Sánchez: su irrefrenable voracidad de poder.

En el acuerdo consensuado entre PSOE (recordemos, un supuesto partido de Estado según palabras textuales de Feijóo, líder del muy a menudo incomprensible Partido Popular) y las fuerzas independentistas se recoge la condonación de quince mil millones de euros de la deuda pública catalana.



Para la posible coalición de gobierno futura parece estar justificado el atentar contra las arcas del Estado y perdonar una deuda sin que medie motivo legítimo alguno con el único (y, sinceramente, desalentador) fin de mantenerse en el poder. Como poseído por el espíritu del belicoso Ricardo III, Sánchez se encuentra aterrorizado por la perspectiva de su inmolación política. Mas en vez de gritar: "¡Inglaterra por un caballo!", esta vez implora a los enemigos del Estado que pretende gobernar: "¡España por la Moncloa!". La estabilidad territorial y económica de España a cambio de algo tan nimio (y, sinceramente, desalentador) como cuatro años más de Pedro Sánchez en el palacio presidencial. ¿Cuántos españoles cerrarían ese trato? Yo creo que solo uno: Pedro Sánchez.



Recordemos, no obstante, que la condonación de parte de la deuda pública catalana no es ni por asomo el plato estrella del humillante festín que el PSOE pretende ofrecer a todos los españoles. La cereza sobre el pastel se presenta en la forma de la amnistía a Carles Puigdemont y a los demás involucrados en los sucesos del primero de octubre de 2017. De darse, este hecho no significa únicamente la vulneración del Estado de derecho y la admisión de que la proclamación de una República Catalana, con la consecuente e ineluctable puesta en riesgo de la propia España, se muestra como un suceso perdonable a merced de los mutables vientos de la política, sino que, además, sentará un precedente extremadamente peligroso. La comisión de un crimen contra la integridad del Estado saldría gratis y sería beneficiosa a largo plazo para los intereses del independentismo.



La amnistía es, en natural consecuencia, el inicio de una ristra de humillaciones que dejarán una mácula indeleble en el nombre de España. El PSOE es consciente de ello. Empero, amenaza con seguir adelante pase lo que pase sin visos de asimilar su histórico error.



Pere Aragonés, presidente actual de la Generalitat, alardea públicamente del acuerdo y sostiene que "el próximo paso es la autodeterminación". Recordemos que hubo un tiempo en el que el propio PSOE estaba en contra de la amnistía. La pregunta es: ¿cuánto tardará en permitir también el referéndum en un trueque que solo beneficie los intereses del ego de sus líderes?



Por este motivo, los próximos días decidirán la Historia de España. Ante un posible gobierno cómplice de los enemigos del estado y una oposición, encarnada por el PP, que se ubica instalada en el inmovilismo, cabe un último as de actuación popular. Es imperativo hacer las delicias del situacionismo y que el pueblo se manifieste. Usted tiene poder para decidir la Historia de su país.



En las manifestaciones hará frío, será de noche y el viento policial, político y mediático querrá empujarlo a la indiferencia del acantilado, donde aguarda, afilando su guadaña, la destrucción de su dignidad como ciudadano y la forja de un futuro incierto para España. Con todo, si lucha, usted ya habrá ganado. Y si luchamos todos, podremos vencer el viento que quiere nuestra caída. La Historia no se escribe sola. La Historia depende de usted.



En Meditaciones en una Emergencia, O'Hara escribía:



"Ahora espero pacientemente la catástrofe de mi personalidad

para volver a sentirme hermoso, interesante y moderno".



Salga a manifestarse pacíficamente, porque esa catástrofe ya ha llegado.



Haga Historia.

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