El ajedrez es un juego complejo que requiere de un nivel de concentración elevado y un intelecto preciso. Kárpov, leyenda soviética de este deporte mental, sostenía que el ajedrez había sido creado por genios, pues solo unos genios podrían haber fraguado un pasatiempo en tal grado sublime y complicado. Yuri Averbakh, quien hasta el año 2022 ostentó el honor de ser el gran maestro de mayor edad, aseveraba que sobre el tablero jaqués existía la tragedia, el drama y la comedia. Por ello, el jugador de ajedrez se presupone sofisticado, anticipativo y, en suma, excelente.
Las damas, por su parte, se presenta como un ejercicio más simple, en el que la dominación cerebral y la impecable toma de decisiones por adelantado no gozan de la misma trascendencia. Lejos de desprestigiar el nivel estratégico del jugador de damas, este no puede compararse al de ajedrez. Debido a esto, en inglés, existe una expresión orientada a definir la situación en que dos rivales se hallan en niveles estratégicos muy desiguales: Chess and Checkers (cuya traducción exacta es "Ajedrez y damas").
La política española también puede concebirse como un juego en que los ideales se muestran pasajeros y lo único que pervive es la estrategia. El problema se revela en que los partidos gobernantes y la formación que lidera la oposición parecen desempeñarse en juegos distintos. El PP estaría practicando las damas, quiere mantener un perfil bajo mientras sigue las reglas de la actuación cívica y respetuosa; enfrente, el PSOE y sus socios, jugadores de ajedrez, no presentan el más mínimo reparo en utilizar tácticas y argumentos de dudosa ética con tal de subyugar al oponente.
Hay múltiples ejemplos, pero ilustremos la imagen con uno que evidencia tal desigualdad estratégica. El PSOE ha resultado excepcionalmente vocal a la hora de exigir al PP que no pacte con Vox por ser este un partido "ultraderechista". El PP, presionado por los socialistas, el resto de las fuerzas parlamentarias, los medios de comunicación y hasta los sectores más moderados de su propio electorado, ha establecido una estrategia de distanciamiento con respeto al partido de Abascal. Ello no le ha beneficiado; al fin y al cabo, resulta difícil de justificar la pretensión sostenida de dar de lado a tu único aliado parlamentario.
Por contra, en materia de pactos el Partido Socialista ha establecido alianzas con Bildu (partido filoterrorista e independentista), Junts per Catalunya (formación xenófoba, independentista y liderada por prófugos de la justicia), Esquerra Republicana (agrupación secesionista) o BNG (fuerza nacionalista gallega) sin que medien más que unas críticas transitorias por parte del partido azul. Desde el PP no se emplean términos duros como "cordón sanitario", que sí se usan cuando los socialistas desaprueban la relación entre Vox y los de Feijóo. Es más, mientras el sector progresista no deja de calificar como extremistas y ultras a los verdes, el Partido Popular rara vez califica a Sumar o Podemos, principales aliados de Pedro Sánchez, como ultraizquierda.
El PP se asimila a un subalterno del PSOE. Protagoniza continuadamente un discurso repetitivo y sumiso. Desde hace años viene cometiendo el error de centrarse en exceso en la gestión económica, descuidando la batalla cultural y el tablero social. Tarrasch, prodigio decimonónico del ajedrez, declaraba que no es suficiente con ser un buen jugador, también se necesita jugar bien. En otras palabras, no basta únicamente con la pretensión de ser un buen gestor, hay que jugar inteligentemente en el plano político y ser muy perspicaz. En definitiva: no puedes apostar por las damas mientras tu oponente domina el ajedrez.
Como consecuencia, la izquierda política, que va desde el progresismo moderado y oficialista del PSOE hasta el acusado izquierdismo posmoderno de Sumar, se ha erigido como el caballero de capa blanca encargado de definir y custodiar lo que es moralmente aceptable. Pedro Sánchez, quien, como José Capablanca, aprendió a jugar al ajedrez antes que a leer, sabe de esta circunstancia y no duda en atizar con toda la fuerza del cetro de su preponderancia moral autoimpuesta las cabezas de Feijóo y el Partido Popular, lo cual redunda en pro de la permanencia del mismo Sánchez en el poder.
Tanto Feijóo como el Partido Popular tienen una misión por delante: mover la ventana de Overton y alejarse de los marcos mentales político-sociales diseñados por la izquierda parlamentaria. En palabras de Steinitz: "El peón es la causa más frecuente de la derrota". De la misma forma, el descuido de la influencia de la cultura y la sociedad en la política es, en pleno 2023, un suicidio electoral. La formación azul ha, pues, de perder ese miedo ingénito que deriva en complejo y aprender a contragolpear. Sé de buena fe que Feijóo tiene interés en aprender la lengua de Shakespeare, de modo que le recomiendo que comience, cuanto antes mejor, por la expresión inglesa Chess and Checkers.