Mi última clase de Geografía coincidió en fecha con la semana en que se celebraban los actos contra la violencia de género: causas y consecuencias, que con tanto empeño se destacan en los colegios. En vez de hacer un paréntesis y reflexionar con los muchachos al respecto, y al ser el tema a tratar el de la hidrografía, di en comentar que el agua sí que era un problema para España.

Incidí en cómo la pertinaz sequía que azota la península amenaza seriamente al Estado del bienestar en que nos hemos acostumbrado a sobrellevar nuestra agitada existencia y, en consecuencia, pone en riesgo los momentos de felicidad (o como eufemísticamente dice Coca-Cola, la "chispa de la vida").



Me faltó hacer un guiño por si alguno (o alguna, con perdón) no hubiera entendido el mensaje subliminal que intentaba transferir (o no tanto, los adolescentes no son tan incapaces como se cree).



Volviendo al tema principal, tan evidente es el cambio que la mujer ha experimentado en los últimos 50 años en España como que este obedece a su participación en la formación, sea esta vía de Formación Profesional (no estoy de acuerdo con el término: profesionales somos todos) o universitaria. No tan lejos quedan aquellos maravillosos años (también tenían su encanto) en que las niñas al finalizar su etapa en la EGB pasábamos por el filtro de la vida, la necesidad o el prejuicio de mentes obsoletas condenadas al fracaso y derivábamos (en contexto marítimo ha de entenderse) hacia itinerarios tan nobles como la costura, las labores domésticas o el matrimonio temprano. 



Aunque no voy a renegar (sinceramente, no sé si podría hacerlo, dada la corriente) de las campañas que con tanto fervor y presupuesto sufraga el Ministerio de Igualdad con nuestros impuestos, cuestiono algunos de sus mensajes: ¿Que en España no se habla de diversidad? ¿De verdad?

En el asunto que nos ocupa, a España, como anticipara en su contexto Alfonso Guerra, no la conoce ni la madre que la parió, ni falta que le hace. Afirmar con entusiasmo que España es "orgullosamente diferente" y que "mi mundo es otro" (homenaje este último a la temperamental María Jiménez) debería ser la intención de estas campañas, en menoscabo del victimismo intrínseco del que no interesa desprenderse.



Es hora de admitir que los cambios adquiridos durante las últimas décadas son un hecho reconocido por la mayoría de la población. Superada la revolución feminista, las mujeres han de tomar conciencia (las que todavía no lo hayan hecho, claro) de que la verdadera igualdad reside en la educación de un espíritu libre forjado en la formación, cuanto más académica mejor.



Con el fin de garantizar la perseguida felicidad a los súbditos estamentales (en esto no había privilegios), los filósofos ilustrados apostaron por la educación como única alternativa posible para lograrlo. El Siglo de las Luces llegó con el devenir de los tiempos para iluminar la sinrazón y abrir las compuertas al progreso. Siglos han debido pasar para recoger los frutos de tan extraordinaria siembra.



En la polémica pièce La escuela de las mujeres, de Molière, el personaje Arnulfo, como si de Pigmalión se tratase, recluye en su casa a la ingenua Inés para hacer de ella la esposa perfecta. Solo el amor la libró de la trama. Mas entiendo que no corren tiempos para la lírica y ni el amor tiene por qué salvarnos del desastre.



Solo el conocimiento determinará la supremacía de uno de los géneros e incluso la reversión de la tradicional mitad suprema y subalterna.



Echo de menos una antigua campaña publicitaria en que se preguntaba a los jóvenes sobre qué estaría haciendo ahora una serie de personajes relevantes para la humanidad. Fuera cual fuese el personaje la respuesta era unívoca: estudiar.



No en vano Arnulfo aconsejaba en el decálogo de la perfecta casada que "entre sus muebles no debe haber escritorio, tinta, papel ni plumas".

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