Lo peor del renovado Ejecutivo de Pedro Sánchez nada tiene que ver con Junts, Puigdemont, Waterloo… y mucho menos con la amnistía. Sí, amnistiar a un político (y a todo su séquito) que en 2017 dio un golpe de Estado tras una declaración unilateral de independencia tan sólo a cambio de votos para salir investido presidente (y augurando los amnistiados que volverán a hacerlo en cuanto tengan ocasión) es mezquino, oportunista, deleznable, inmoral… y probablemente hasta inconstitucional y demás adjetivos que se deseen emplear. Pero esa batalla ya está perdida: Puigdemont volverá sin pisar la cárcel y no hay deidad o Unión Europea capaz de frenar eso.

Ahora el problema, el quid de la cuestión, el horizonte cercano, es la ingobernabilidad que mana de los entresijos del acuerdo. Que de ahora en adelante todo, desde las leyes más importantes a las más insignificantes en el orden del día, dependan del juicio de valor de uno solo, que además reúne las características más hediondas que pueda atesorar un funcionario público: España le importa poco, como menos aún le importa el bienestar general de sus conciudadanos, Països Catalans aparte.

Considerándolo fríamente, conviene rezar un rosario diario para que mientras dure la legislatura Puigdemont no aparezca de nuevo una pandemia y haya que prorrogar un hipotético Estado de alarma. Carles pediría, cual niño que escribe la carta a los Reyes Magos, cosas diferentes para cada necesaria prórroga, empezando quizá por poner el nombre del Congreso de los Diputados en catalán y el ansiado referéndum de onírica autodeterminación. Todo cuanto sea necesario para poner patas arriba el Estado de derecho, la Constitución y todas esas cosas que a Puigdemont le generan arcadas tan sólo de oírlas por televisión.

¿Unos decretos para mantener un rato más la rebaja del IVA de los productos básicos y el transporte para sofocar los efectos de la crisis inflacionaria? Puigdemont reclama a cambio poder multar a aquellas empresas que libremente decidieron instalarse en Valencia, Alicante, Asturias, Sevilla, Madrid… o donde buenamente les vino en gana y faltaría más.

Carles tiene ahora un amuleto apellidado Sánchez; una ruleta con todas las medidas y obsequios que ansía anotados en ella y advierte que no temerá en usarla si así lo considera preciso. Condonación de la deuda, hablar catalán en el Congreso, amnistía, autodeterminación, referéndum y esto solamente es el principio.

Sánchez intuía en la pasada legislatura que bastaba con contar un par de chistes en vasco para contentar al PNV y a Ortuzar, así como liberar un par de etarras para hacer lo propio con Otegi. Pero con lo que no contaba Pedro es con esa alargada sombra púrpura que le resulta tan familiar, y menos con que Carles fuera a pedir tanto dando tan poco.

Por eso espero que Feijóo tenga en sus manos un móvil que goce de una buena salud de batería, o de lo contrario le recomendaría que lo lleve a instalar una nueva. Porque de ahora en adelante cada día recibirá entre cincuenta y cien llamadas perdidas de Pedro Sánchez insistiendo siempre en lo mismo: auxilio y salvavidas para escapar de ese mundo turbulento en el que él mismo ha entrado y a conciencia.

"Por favor, Alberto, sálvame el próximo decreto tú que tienes conciencia de Estado y te prometo que esta próxima semana Félix os insultará un poco menos".

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