Aquella mañana, como cada día, me encontraba durmiendo esperando que el despertador se pusiera en funcionamiento para indicarme que había llegado el momento de levantarme y coger el tren para ir a trabajar. Por entonces yo vivía en San Fernando de Henares.

Pero algo fue distinto ese día. A veces pienso que un ángel de la guarda veló por mí esa mañana, otras pienso que fue una casualidad, otras que el destino no tenía marcado mi día en su calendario. Sea lo que fuese, el caso es que ese día el despertador no sonó, o si sonó yo no lo escuché. Ese día me desperté tarde y para llegar a mi hora al trabajo decidí bajar a Madrid en coche.

Recuerdo que de camino mi móvil no hacía más que sonar. Yo no entendía por qué esa mañana todo el mundo estaba necesitado de hablar conmigo a esas horas tan tempranas. Cuando entré en Madrid empecé a escuchar sirenas por todos lados…algo no iba bien. Conecté la radio en el coche y entonces lo escuché. Una explosión en un tren, no había aún muchos datos, pero ya se empezaba a hablar de víctimas.

Recuerdo que llegué a la oficina y empecé a llamar a todos lo que habían intentado ponerse en contacto conmigo para decirles que estaba bien. Ellos sabían que esa línea de Cercanías, y a la hora en que habían sido los atentados, es la que yo cogía para bajar a trabajar. Familiares, amigos, compañeros… todos preocupados porque mi teléfono sonaba pero no lo cogía.

Recuerdo perfectamente, como si la estuviera oyendo ahora mismo, la voz de mi tía, angustiada por localizarme. Recuerdo perfectamente la voz de mi madre cuando la llamé para decirla que estaba bien (ella aún no había puesto la televisión y no se había enterado de los atentados). Recuerdo perfectamente la voz de mi hermana respirando aliviada cuando por fin pude hablar con ella.

A partir de ese momento, perplejidad, impotencia, dolor, miedo… sí, mucho miedo. Miedo cada vez que daban un número de muertos; miedo cada vez que estallaba una nueva bomba, miedo cada vez que escuchábamos las ambulancias, miedo cada vez que veíamos el humo, las lágrimas de los testigos, la desesperación de los familiares, la incertidumbre de quienes no sabían si los suyos iban en esos trenes…

Hubo algún compañero al que le pilló en Atocha y resultó herido. Hubo algún compañero que le pilló bajando para la estación de Cercanías y también se salvó como yo. Pero por desgracia hubo muchos que no llegaron a su destino.

Fueron varios los vecinos de San Fernando de Henares que se quedaron para siempre en los trenes. Otros muchos fueron heridos en los atentados. Y fuimos todos los que no preguntamos ¿por qué…?

Recuerdo ese día momento a momento. Lo que hice, con quien hablé, lo que escuchaba por la radio o veía en la televisión… mis sentimientos, mi angustia… mi miedo.

Recuerdo que ese día en la oficina, todos estábamos pegados a la radio. Todos nos angustiábamos con cada especulación, con cada sirena…

Recuerdo las imágenes en televisión de bomberos corriendo para salvar vidas, de guardias civiles esforzados en rescatar heridos, de voluntarios poniéndose en la piel de los que sufrían en el suelo, de médicos y enfermeros, de psicólogos consolando a familiares que angustiados buscaban a los suyos, de trabajadores de la sanidad doblando y triplicando turnos para atender a las víctimas, nadie se quería marchar a casa si podía atender, ayudar o salvar una vida más .

Recuerdo en el primer plano de mi memoria a los policías municipales, los policías nacionales, los guardias civiles que recorrían los andenes y las vías recogiendo enseres, apoyando a los heridos y a sus familias, los enfermeros, los médicos, los psicólogos, los ciudadanos anónimos que se echaron a las calles…

Recuerdo como temblaba cada vez que escuchaba el recuento de víctimas. Ellas, todas ellas siguen ahí, en primer plano de mi memoria.

Recuerdo las velas, ese gran río de velas rojas, de carteles, de recuerdos, de frases. España, los españoles, demostraron ese día ser un gran país, un país de grandes ciudadanos.

Recuerdo el silencio al día siguiente en los trenes. Medio vacíos por miedo. Nadie hablaba, nadie se miraba entre sí. Todos llevaban la mirada baja, perdida. Solo la levantaban, en señal de respeto al llegar a la estación de El Pozo, de Santa Eugenia y, por supuesto, de Atocha.

No quiero olvidar, quiero recordar. Recordar a las víctimas, a sus familiares, a sus amigos, pero también recordar a todos y cada uno de los españoles que demostraron su grandeza: bomberos, policías, guardias civiles, sanitarios, psicólogos, voluntarios. Gente que salió a ayudar con lo que tenían en casa, gente grande, gente que hace grande a un país, gente que te hace sentir orgullosa de ser española.

A todos ellos, gracias.

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