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'Juego de Cartas'

Arnau González
Publicada

Las últimas semanas, han reconfigurado la visión que tenía sobre el juego que desarrolla la política en nuestro país. Porque sí, no nos engañemos, es un juego. No para nosotros, mortales, miembros de aquello que llaman populacho, sino para aquellos que participan en él. Porque, de nuevo, sí, nosotros no participamos. Porque votar cada cuatro años, le pese a quien le pese, no es participar, es utilizarnos para un fin.

Algunos dirán que esto es la democracia. Otros, que el sistema es así, que depositas tu voto en unos seres extremadamente inteligentes para que gobiernen en tú nombre. Permítanme que discrepe. No digo que vivamos en una dictadura, pues para que eso sea cierto tendríamos que reconocerlo unánimemente. Pero tampoco me digan que vivimos en la democracia tan fantástica que nos hacen querer pensar. Posiblemente, el único cambio sustancial respecto a la democracia ateniense es que ahora esclavos y mujeres también podemos votar.

Dentro de esta nebulosa oscura, difusa y tramposa, que es la democracia española, la cual nació ya coja y tuerta, encontramos a unos personajes pintorescos. Hay quien les llamaría líderes. Otros, quizá los más atrevidos, los más jocosos, los llamarían caudillos. Yo creo, que deberíamos considerarlos cabezas de familia. Pero no en el sentido de papá o mamá oso, no. En el sentido de representar a un clan, o más bien, a una casa. Pues que todos los seguidores de dichos cabezas sean de la misma familia de sangre quizá es peligroso; no para ellos, sino para nosotros. Recordemos el mentón y la melena Pantene de Carlos II de Habsburgo fruto de que su familia hacía cochinadas entre primos y tíos.

España, es ahora mismo una especie de Juego de Tronos. Quizá sería mejor decir algo como Juego de Cartas, más acorde, pues aquí nadie quiere usurpar el trono, ¿No? Además, desde hace unas semanas, se ha retomado el viejo arte literario de la epístola. Así que el nombre nos viene como anillo al dedo.

Empecemos por aquellos que viven en nuestro Desembarco del Rey, que viene siendo Madrid, aunque no hay desembarco posible a menos que sea de avión. De la capital, aunque estén todos, sólo nos interesan un par, así es más divertido.

Allí, o aquí, según donde lea usted esto, se encuentra la familia Sánchez; quizá ahora sería apropiado llamarla Sánchez-Gómez, aunque es más largo y aburrido, demasiado técnico, demasiado poco romántico, aunque nos pese y haga aullar a los perros. Su emblema, una rosa roja. No saben muy bien por qué lo tienen, quizá porque antes representaban una cosa y ahora se creen que aún lo siguen haciendo; son humanos, las tradiciones también les importan. Su animal, el perro, a veces fiel, a veces callejero, pero sobre todo ladrador.

Están de capa caída, aunque su líder diga lo contrario. Si siguen así, dentro de diez años no tendrán con quien componer sus filas, pues cada vez son más ancianos. La endogamia es lo que tiene, provoca esterilidad. Si no, pregúntenle a El Hechizado, pobre.

Por allá, arriba a la izquierda del mapa, encontramos a la familia Feijóo. Con nombre complicado y habla musical, se autoconsideran los herederos al gobierno de los 17 reinos, aunque es más bien un oportunista sin sangre. Lo tuvo todo, de hecho, aún lo tiene, pero prefiere agazaparse y atacar cuando ya solo queda carroña, como buena gaviota; su escudo tiene dos, y es azul. Evidentemente, su animal es la gaviota. Grazna, sobrevuela, observa, pero en teoría no hace nada. Veremos si se le cruzan los cables y empieza a actuar.

Luego, a medio camino entre molestar a unos y a otros, está una familia relativamente nueva. La familia Abascal. Su escudo, unas letras en una lengua muerta; también son de tradiciones, aunque no mucho pues la tipografía es bastante nueva, aunque pasada de moda. Su color, el verde, esperanza, o quizá lo tienen todo verde para no volverse locos en su casa y liarse a mamporros; ya saben, el verde calma la locura, por eso las mesas de los colegios suelen ser de ese color. Su animal, no queda claro. Ellos podrían decir que el león, por eso de la fuerza. El toro, por eso de España. Aunque, a menos que digan lo contrario, me quedo con el águila imperial.

Tienen un amigo, por allá en tierras lejanas, modelo de Playmobil y un tanto gritón. Es el rey en su tierra, ahora está enfadado con los de la casa de la rosa, con razón, aunque se ha vuelto un poco loco, a fin de cuentas, la ofensa venía de un pobre lacayo que con suerte se ata los cordones del zapato.

Y, por último, por encima de todos, está el Rey en el Norte. Bueno, Rey en el Norte no es, antes era príncipe de algo que está en el norte. Es el Rey que no reina. El que quiere, pero no le dejan, o eso dicen. Dicen que está muy preparado, pero no lo demuestra, quizá ya le va bien así. Quizá el día que hable, tiembla todo.

En estas nos vemos. En un Juego de Cartas. Hay más casas, lo sé. Pero en realidad, sólo nos importan estas. La morada y la que se quiere ir, en el fondo, no le importan más que a ellos mismos.

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