Quizá una rémora cultural de carácter veterotestamentario junto a la conciencia de compartir una culpa colectiva llevó a Occidente a implantar el Estado de Israel. O quizá –si aplicamos el principio de la navaja de Ockham— la proposición de tal Estado por Gran Bretaña, ya en la Declaración de Balfour de 1917, se deba al interés por el control del territorio a la caída del Imperio Turco tras la I Guerra Mundial; sobre todo conociendo los acuerdos secretos entre Inglaterra y Francia en 2016 para el reparto de esos territorios, la Conferencia de San Remo o el Tratado de Lausana de 1923, que dieron paso al Mandato Británico de la ONU –que incluía Palestina—y al Mandato Francés sobre Líbano y Siria.

Con estos antecedentes, en 1948, con intervención de la ONU, se configura el Estado de Israel. La realidad es que Israel fue utilizada como el guardián de Occidente; el portero del cuento de Kafka Ante la Ley, puesto allí solamente para que tú nunca puedas pasar.

En 1947, la ONU propuso la partición del Mandato Británico en dos territorios separados, árabe y judío, considerando a Jerusalén como un enclave exento. El territorio judío estaba definido por un tramo de costa, áreas del interior y parte del Neguev. El palestino por Galilea, Samaria, Judea y la Franja de Gaza. Los países árabes rechazaron la propuesta.

El 14 de mayo de 1948, Israel declaró su independencia, reconocida por diversos países, entre ellos Estados Unidos y la URSS. Al día siguiente Israel fue invadida por Egipto, Siria, Jordania, Líbano e Irak. Tras nueve meses de guerra, Israel se había anexionado Tel Aviv, Jaffa y Haifa; Egipto, gobernado por Nasser, se quedó con el control de la Franja y Cisjordania cayó en manos jordanas. Jerusalén se dividió entre Jordania e Israel. A esta guerra los árabes la llamaron la Nakba: la "catástrofe". ¿Y los palestinos?

Ni antes ni después de 1948, ha existido un Estado Palestino. Nunca. Cierto que la UNESCO incorporó a la Autoridad Palestina en 2011 y la ONU la admitió como Estado en 2012; pero fueron pantallas para tapar el triunfo de Hamás en las elecciones de 2006, generando confusión sobre la legitimidad de su triunfo. Pero ¿por qué no es un Estado con reconocimiento internacional?

La ambigüedad de los intereses geopolíticos y religiosos diluye las intenciones de los países árabes al rechazar un Estado Palestino y son la clave de su inconsistencia durante siete décadas. Por otra parte, esa debilidad que genera el conflicto entre ellos no deja de favorecer los intereses de las grandes potencias.

Por su parte Israel, que no hubiera podido rechazar un Estado Palestino en 1948, tras haber sufrido las guerras de Suez –primer pago de peaje a Francia y Gran Bretaña—en 1956, la de los Seis Días en 1967, la del Yom Kipur y la de Líbano poco después, las Intifadas de 1987 y 2000 y cuatro grandes conflictos con Hamas desde 2007, con el epílogo del ataque del 7 de Octubre, no puede ser propicia a abrir el melón de un Estado Palestino como vecino de escalera.

En estas circunstancias, las veleidades ignaras de algún dirigente político europeo no son oídas sin temor y temblor, recordando la meditación de Abraham, que nos describe Kierkegaard, en relación con la orden de sacrificar a su hijo Isaac. Y es que un Estado Palestino con Hamás, no estaría al lado de Israel, sino en su lugar.

Pero ¿por qué un grupo terrorista como Hamás domina la Franja de Gaza? Porque, contra pronóstico, ganó las elecciones de 2006, lo que dividió a los palestinos en dos bandos, estableciéndose Hamás como autoridad dominante en la Franja y Fatah en Cisjordania con capital en Ramala. Fatah ha prometido nuevas elecciones muchas veces, pero las pospone desde hace 18 años.

El problema es que Hamás tiene como finalidad documentada acabar con Israel y con los israelitas y Fatah, perdedor de las elecciones de 2006, pervive en el poder y en los foros internacionales con el silencio cómplice del resto de países que miran para otro lado. ¿Con quién se negociaría un Estado Palestino?  Y si las elecciones las vuelve a ganar Hamás, ¿quién garantiza la vida de los israelíes?

La guerra es mala, pero a veces necesaria. Cuando un herido sufre de gangrena y hay que amputar un miembro, se hace por necesidad. Para sobrevivir. Porque hay que hacerlo. Pero no se celebra.

La amputación no es un hecho feliz. Lo peor de la guerra es la victoria. Lo malo es celebrar la matanza con videos y con vítores. Como Hamás el 7 de octubre. Lo malo es la maldad. E Israel tiene que amputar a Hamás. Una decisión amarga pero necesaria. Para sobrevivir. Para que sobrevivamos.

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