En ese ingente edificio de la memoria que es En busca del tiempo perdido, una de las fuentes inspiradoras de la creación literaria del autor es el sueño y los sueños. Desde esa primera frase, que tanto descoloca a los traductores "Longtemps, je me suis couché de bonne heure", y a lo largo de las primeras páginas de Un amor de Swann, el sueño ocupa un lugar preferente.
Ese temor del niño a no dormir sin el beso de la madre es, como en todos nosotros, el temor al desamparo, a la oscuridad de la noche sin la garantía de que vendrá la luz a la mañana siguiente, y de si nosotros seguiremos siendo los mismos. Y Proust lo expresa con múltiples ejemplos en los que podemos sentirnos identificados.
El niño al que acuestan temprano, a veces sin sueño, mientras oye a los mayores charlar en la habitación de al lado. El despertar brusco en la noche por fiebre o por sueños indeseados sin que nadie venga a socorrerte. O esa noche en un hotel, aislado en una estancia ajena, despertando en la oscuridad, sin saber ubicar los muebles, el espacio, ajeno todo a uno mismo. Lo menciona Proust al despertar sin saber si está en Combray, en Balbec o en otra parte.
Y el sueño sin temor. Los sueños de soñar. Ese mundo onírico que nos acompaña en la noche, y que a veces permanece en nosotros en la vigilia, aunque solo sea la sensación de lo soñado, y la dificultad de pasar de golpe a otra realidad. Proust escribe que la persona que sueña abarca el mundo. Puesto que vive en espacios y tiempos que no son los de la vigilia.
Toda su obra es un recorrido, no lineal, por el tiempo y el espacio. El personaje de Swann, por ejemplo, lo vemos en todo tiempo y lugar. Como en los sueños, donde todo se mezcla. La narración deja de ser puramente racional, para adentrarse en las sensaciones y en los recuerdos involuntarios, como en los sueños. Los sueños pueden ser ilógicos, pero el recuerdo de la sensación que producen no lo es. Uno de los episodios más impactantes, a mi juicio, es el sueño-celos de Swann por Odette.
Un grupo de amigos, todos bien vestidos, Swann no, concretamente va en ropa de dormir. Él espera que Odette le acompañe al terminar la reunión. Pero Odette se irá con el conde de Forcheville, que, sin querer, se va transformando en Napoleón III. Todo el grupo lo sabe, todos menos Swann.
¿Y qué es lo que el narrador, fuera del sueño narrado, nos cuenta de Odette? Odette, que tiene amantes, una demi-mondaine, de la que Swann está perdidamente enamorado y celoso. Celos que, a través del sueño, se revelan como justificados.
Hay muchos episodios más, relacionados con el sueño a todos los niveles, el sueño de dormir, el sueño de soñar, en los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido. Este pequeño relato no es más que un nimio esbozo de lo que el lector encuentra en Proust. El lector asiduo lo lee una y otra vez y, sin embargo, siempre le faltará otra lectura más en la que descubra nuevas sensaciones y nuevas formas del conocimiento del yo profundo.
Proust publica el primer volumen en 1913. Es el primer cuarto del siglo XX en el que la Ciencia empieza a ocuparse del yo profundo, del subconsciente. Contemporáneo de Freud, aunque se cree que no llegaron a conocerse. Freud debió leer los primeros volúmenes de Proust, según algunos biógrafos, pero Proust nunca cita a Freud.
Aunque, según apunta el doctor Pérez-Rincón en un artículo en la revista Letras Libres, Proust menciona una vez al marqués d'Hervey de Saint-Denis, en el volumen Sodoma y Gomorra, en un diálogo entre el duque de Guermantes y su hermano el barón de Charlus. Hervey de Saint-Denis fue un onirólogo y sinólogo francés, cuya obra Los sueños y los medios para dirigirlos tuvo cierta relevancia en la época. Es posible que Proust conociera esta obra, así como algún otro libro sobre neurociencia o de fisiología de la biblioteca de su padre, Adrien Proust, afamado doctor en Medicina.
De cualquier forma, es en literatura el primer autor que profundiza en el estudio del ser humano y de la sociedad que queda reflejada en su obra.