Opinión

Sánchez y Milei, como dos gotas de agua

El presidente argentino, Javier Milei, el domingo en el acto de VOX en Vistalegre, Madrid. Foto: Carlos Luján / Europa Press

El presidente argentino, Javier Milei, el domingo en el acto de VOX en Vistalegre, Madrid. Foto: Carlos Luján / Europa Press

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No soy un admirador de Milei ni de la derecha que grita; siento levantar ampollas o sorpresas, pero no soy así y no va conmigo. No es que reproduzca uno de esos mesiánicos discursos motivacionales que enarbola Javier y me ponga al instante a brincar por toda la casa gritando eso de que viva la libertad, carajo, asustando a toda la comunidad de vecinos como si Rafa Nadal hubiera vuelto a ganar Ronald Garros y ya fuesen un total de quince.

Si me preguntan por él, lo que digo yo es que importa poco la resurrección económica que está llevando a cabo en Argentina si lo que le pierden son las formas. Puede estar llevando al país a un impensable superávit de película de ciencia ficción, dolarizando en calidad de cid, aniquilando mil tramas de corrupción que alimentaban al monstruo inflacionario que se erguía sobre toda la nación: si sigue chillando, ahí se ha topado con su talón de Aquiles.

Los modales hablan por encima de unos meros resultados económicos; hablan por encima de todo, en realidad. Quién tutea y quién utiliza el usted, quién es elegante y quién zafio en el lenguaje no verbal, quién insulta y quién sabe argumentar. Quién lee y quién desprende hedor a no lector, en definitiva.

Salgan del relato oficioso y observen la realidad con lupa y monóculo: en estos tiempos lúgubres en que vivimos no conviene diferenciar ya entre izquierdas y derechas, palabras vacías, sino entre personas educadas, pulcras, y la internacional de las blasfemias que coordinan, quizá sin saberlo, muñecos televisivos como Sánchez y Milei.

Sí, lo ha leído usted bien: Sánchez y Milei son como dos gotas de agua, indistinguibles la una de la otra, simbióticas. Se necesitan mutuamente. Se apoyan. Se consolidan por esa clásica ley de la jungla, del hombre más fuerte; la del aquí mando yo y tú no vas a quedar por encima de mí, peleemos y a ver quién se impone al otro, cuando en realidad ambos sabemos que el show beneficia y solidifica nuestra posición de liderazgo. Futbolicemos juntos el asunto: finjamos y ganemos los dos.

Pedro y Javier están también de acuerdo en lo del muro, por ejemplo: a un lado ellos, los suyos, quienes les agradan y ríen las gracias, los Patxis y Puentes de turno; al otro, temblorosos y huérfanos, desamparados y opositores, todos los demás. Los dos gobiernan para unos pocos, para los que les han votado, pisoteando el principio democrático último de que quien legisla ha de hacerlo en beneficio de toda la ciudadanía. Quienes votaran otra cosa carecen de libertad. No tienen derecho a quejarse, a tener problemas con la inflación y la cesta de la compra, dificultades en los negocios, para con la inversión o los inmuebles: pantomimas al lado de esas palabras vacías —progreso, justicia social, bienestar de todos— que guían hoy legislaturas enteras. Pasa que hoy se gobierna sobre las palabras y no sobre los ciudadanos.

Por coincidir, ambos coinciden incluso en el vocabulario: fachosfera y zurdos hijos de puta, fango y casta política. O en enemigos: Sánchez ataca a los periodistas, atenta contra la libertad de prensa y de expresión; Milei, por citar algún eructo concreto, carga contra Jorge Fernández Díaz. ¡Cómo se atreverán!

Pero en el fondo son siempre los mismos, y los conocemos bien: aquellos que hablan de humanizar el mundo, quienes dicen querer salvar las democracias, la economía, las naciones y los pueblos. Los autoproclamados héroes de la humanidad, a los que la baba se les cae con cuatro aplausos y una felicitación sincronizada. Se llaman populistas, pueblan de forma poco agraciada nuestros días, escriben cartas de sintaxis desértica, enseñan sus vampíricos colmillos cuando vociferan al hablar, miran por encima del hombro.

Traten de no equivocarse: no apadrinen o adopten un populista en su vidas. Será quizás un jefe, un tipo que se cree con derecho a reeducarle o a enseñarle modales, un profesor que infravalora a sus alumnos. Por desgracia, piénselo, tal como Sánchez y Milei hay enésimos casos en su día a día. Y si no, lamento comunicarle las malas noticias: se trata de usted.