Nunca me gustó el futbol. De niño paseaba por el patio del colegio en los recreos con los cuatro frikis de la clase mientras el resto de los compañeros jugaba su partido reglamentario.

Alguna vez lo intenté, pero era muy torpe. Siempre me escogían el último para formar equipo. Una vez hice un gol de carambola. Chuté y salió la pelota girando sobre su eje y avanzando muy despacito, e inexplicablemente se le coló al portero entre las piernas.

En otra ocasión una jugada me dejó desmoralizado para seguir intentándolo: Me disponía a chutar el balón cuando un compañero se acercó corriendo a toda velocidad gritando: "¡sal!, ¡sal!, ¡sal!". Yo salí para dejársela, y él se alejó con la bola riendo y gritando "¡azúcar!, ¡azúcar!, ¡azúcar!...". ¡Era del equipo rival!

Así que acabe jugando en el equipo de baloncesto de la escuela, que se me daba algo mejor.

Ni me gustaba jugar al futbol ni me interesaba verlo. Siempre me pareció un tostonazo casposo y viejuno. Hasta me molestaba el ruido de fondo de la televisión durante la retransmisión de los partidos. Tampoco me gustaba la Coca-Cola, para espanto de las madres en las celebraciones de los cumpleaños. Debí ser uno de los bichos raros de la generación del 75.

Muchos años después, más bien décadas, cuando me mudé a Madrid pasados los 30, comencé a interesarme ocasionalmente por algún partido importante de la selección y a seguir alguna noticia del Real Madrid. La mitad del grupo de amigos apoyábamos al Madrid y la otra mitad al Barça. Recuerdo de juntarnos a ver los clásicos antes de salir de fiesta. Fueron años duros para el madridismo con el dominio aplastante del Barcelona.

El caso es que el proceso fue paulatino y a lo largo de los años, pero puedo decir que hoy en día veo la gran mayoría de partidos de liga del Real Madrid y prácticamente todos los de Champions, excepto alguno de la fase de grupos, y sigo de cerca la actualidad del club. Me considero un fan del mismo.

He acabado entendiendo porqué el futbol ejerce una fascinación que ningún otro deporte consigue. Y es porque el futbol es como la vida misma, imprevisible, inexplicable. No siempre gana el mejor. Para ganar hace falta genialidad, habilidad, esfuerzo, sacrificio, inteligencia, astucia, la gracia de los dioses... El futbol es un deporte que evoca a la épica, que inspira filosofía. Ciertos periodistas y algunos técnicos argentinos rivalizarían con los clásicos grecolatinos de las diferentes corrientes filosóficas.

Y todo este tostonazo de introducción viene a cuento de que el Real Madrid acaba de coronarse por quinceava vez como el rey de Europa, en una nueva sucesión de hazañas épicas, y cómo de algo tan banal como es el futbol, es posible extraer enseñanzas y aprendizajes para la vida, en especial si vienen del rey de Europa:

Florentino Pérez es millonario y demuestra su talento para los negocios aplicándolos a la gestión del Real Madrid. Ha creado una máquina todopoderosa y perfectamente engranada, con una excelente gestión económica y una planificación a largo plazo, una apuesta por futuras promesas a bajo precio que acaban multiplicando su valor, una negociación con las estrellas más consolidadas por las que espera a la finalización de sus contratos para evitar pagar cláusulas de rescisión estratosféricas, unos salarios bien negociados y ajustados, un plan del que no se sale bajo ningún imprevisto, una inversión enorme en el estadio más moderno del mundo, el cual pretende explotar como centro de espectáculos para generar más ingresos, y todo ello rodeado por un excelente grupo de profesionales (no sé quien es el cazatalentos pero tiene un ojo que vale su peso en oro).

Además de todo esto está la mentalidad que ha conseguido imbuir en el grupo. La de ganar y ganar y ganar por encima de todo. Y el Real Madrid gana, y mucho, porque son jugadores supermotivados, y sobre todo, porque tienen mucha calidad y mucho talento. Son unos cracks.

Y como comentaba algún párrafo antes, el Madrid me ha mostrado, o reafirmado, o recordado, varias enseñanzas para la vida: A no rendirme hasta el final, a aprender a aguantar y sufrir para ganar, a intentar hacer una planificación a largo plazo, con inteligencia, a equilibrar los gastos e ingresos sin hacer grandes inversiones de riesgo, a ver más lejos que los demás y anticiparme, a apostar por lo prometedor antes que por lo consolidado, y en resumen, a intentar alcanzar la excelencia para tener éxito.

Porque acabé entendiendo que el futbol es como la vida. Y el éxito, como el Real Madrid. Lo único que nunca aprendí es a beber Coca-Cola... ni a chutar el balón.

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