Por 177 votos insensatos a favor y 172 sensatos en contra se ha aprobado en el Congreso la Ley de Amnistía. Dado que falta parte de su tramitación aún no puede entrar en vigor. No obstante, se ha iniciado el proceso de consagración "por ley" de la desigualdad oficial de los ciudadanos en el Estado español.

No es la primera vez en la historia del mundo. Salvando las distancias, es lo que ocurrió jurídicamente en Alemania durante el Tercer Reich, en Italia durante el periodo totalitario fascista o en la URSS durante el régimen comunista. En los tres casos se consagró la desigualdad "legal" entre ciudadanos de un mismo territorio estatal por razón de raza, ideología o clase. Se conculcaron así, voluntaria y conscientemente, los principios de igualdad y de seguridad jurídica de toda la población.

¿Qué consecuencias tiene esta vulneración para nosotros hoy?

La primera consiste en la dislocación de la tripartición de poderes: se debilita de manera bastarda al poder legislativo, el ejecutivo se impone por razones fingidas a los demás poderes y se desvirtúa la función reguladora del poder judicial.

La segunda consiste en compeler a una transición sistémica: la democracia, sistema político en el cual la soberanía reside en todo el pueblo en igualdad de participación y condiciones siendo ejercida por medio de sus representantes, se transforma en oligocracia, forma de gobierno en la cual prevalece la voluntad de sólo unos pocos redefiniendo lo legal por razones exclusivas y excluyentes de afinidad.

¿Esto lo puede hacer una sociedad? Sí, puede. Basta con elegirlo, como ocurrió en el Reich de los mil años, en el Impero fascista inmortal o en la URSS paradisíaca. Estamos a punto de cruzar ese límite. Por eso, hoy, debemos preguntarnos: ¿deseamos ejercer como demócratas o preferimos abandonarnos a los oligócratas? Y votar en consecuencia.

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