La "derecha" y la "izquierda" dejaron de existir stricto sensu tras la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética, pero el mundo sigue enfrascado en esa dicotomía ideológica, hoy impulsada por el empuje " progresista/woke ". En el fondo ¿en qué consiste?
En España, -y no sólo-, la izquierda sabe que no es mayoritaria. Ahora bien, ¿ha creído alguna vez que esto fuera necesario para gobernar? No. Porque su legitimidad no depende del sistema democrático ni de los procesos electorales, sino de su inquebrantable convicción de encarnar el camino correcto que ha de seguir la Historia. Lo demás es circunstancial.
De ahí que deba conquistar el poder, democráticamente o no, según el momento histórico. Conquistado éste, en buena lógica, debe procurar no perderlo jamás. Como hoy no se pueden abolir las elecciones de un plumazo, resulta imprescindible provocar reformas que supongan rupturas irreversibles que no puedan deshacer los gobiernos venideros. Así se perenniza su programa político para construir una sociedad radicalmente nueva de bandera ecológico-progresista socialista.
Pero la sociedad no sólo es socialista, sino plural. ¿Qué hacer con los tibios y con los renuentes? Por una parte, tratar de silenciarles, por otra eliminarlos políticamente.
¿Cómo? Intimidando al discrepante. Pregonando machaconamente la proscripción moral de cualquier otra opción política haciéndola así merecedora del ostracismo social. Considerando sin contemplaciones toda opinión divergente como discurso extremista, fascistoide u odioso sujeto a amenaza de persecución administrativa y penal. Y, claro está, caracterizando a los " pseudomedios " divergentes como nocivos, ilegítimos, para justificar su censura graduada.
¿Y por qué no? Al fin y al cabo la izquierda encarna el bien contra el mal. ¿Por qué debería pactar nada con aquella parte de la sociedad que considera un desecho desnortado? Esa oposición no cabe interpretarla más que como una crispación reaccionaria del sistema. Para anularla y superarla, si hay que romper, pongamos, el marco legal del "régimen del 78", se rompe. Sobra justificación para hacerlo.
La izquierda, además, aprovecha con ello sus ventajas principales: la conflictividad maximalista y la politización de la intimidad, pues destaca en el enfrentamiento social gracias a la mística revolucionaria de la conquista del poder. Pero la sociedad es algo más que "izquierda" o "derecha". Comprender esto es fundamental para salvaguardar una sociedad ecuánime, tolerante y en la que quepamos todos en libertad e igualdad.