La primera conciencia que tuve de que el clima estaba cambiando es muy anterior al alarmismo climático global. Ya de joven empecé a advertir que los veranos se hacían más largos y cálidos, más breves y suaves los inviernos. Percepción, además, que me corroboraban espontáneamente personas que me encontraba en mis viajes por el ancho mundo, sin que (por otra parte) haya oído jamás a nadie decir lo contrario, que el clima esté volviéndose más frío.

Tras adquirir una formación científica, estudiar Meteorología, el equilibrio energético de la atmósfera, e informarme todo lo que pude sobre el tema, pude corroborar, con los datos disponibles, que el calentamiento global era, en efecto, un hecho verificable y, además, extraordinario a escala geológica: aunque en la vida de la Tierra ya hubo otros períodos cálidos, nunca (por lo que sabemos) se dieron de manera tan brusca, lo cual apunta a la especie humana como causa probable del fenómeno que hoy observamos.

Apasionado del frío y la nieve, acogí con alegría y esperanza las primeras señales de sensibilización política y social respecto a dicho problema, allá por el cambio de milenio. Pero, para mi gran decepción, no pasaron muchos años sin que advirtiera la instrumentalización político-económica que los poderes fácticos mundiales estaban haciendo del "cambio climático", como dieron en denominarlo.

Por una parte, las soluciones propuestas para reducir la emisión de gases efecto invernadero son, desde un punto de vista técnico, ridículas e ineficaces. En realidad, meras disculpas para aumentar la carga fiscal de los contribuyentes e impulsar una economía y una reindustrialización que, en último término, son las causas mismas de la emisión de CO2 por el hombre.

No hay medida de "sostenibilidad" que no venga acompañada de nuevos impuestos o de más gastos para el bolsillo privado, sin que tenga, a cambio, una clara repercusión positiva sobre la "salud del planeta". De hecho, iniciativas estrella como las plantas fotovoltaicas, los aerogeneradores o el coche eléctrico plantean muy serias dudas sobre si coadyuvan a la disminución neta de la contaminación a escala global, o todo lo contrario.

Por otra parte, y esto es lo más grave, los dirigentes globalistas usan la realidad del cambio climático para promover una verdadera agenda política de transformación cultural, casi un cambio de paradigna de nuestra civilización. La obediencia ciega a los dogmas del "desarrollo sostenible" se ha convertido en un culto religioso que ha venido a ocupar el lugar dejado por el cristianismo en retirada. Y una de las consecuencias de este fenómeno es la división y polarización de las sociedades.

Por un lado, los nuevos creyentes, la masa progre y ovejuna, se atrinchera en su acrítica fe en toda doctrina que venga de Bruselas; en realidad, de la banca internacional. Por otro lado, los nuevos ateos, quienes niegan el calentamiento global, radicalizan sus posturas y, como ya es una cuestión político-religiosa, abandonan la sensatez para, simplemente, oponerse a cualquier cosa que diga el contrario, por razonable que sea. A esos ateos me dirijo ahora.

El calentamiento de la atmósfera se mide por su temperatura media, en todo el planeta, a lo largo del tiempo. Es decir, que continúan dándose anomalías regionales y oscilaciones temporales aunque la media global de las temperaturas sea cada vez mayor. Sin embargo, los descreídos de la religión climática utilizan cualquier dato procedente de un episodio de bajas temperaturas, por ejemplo el atípicamente fresco verano del presente año, como "evidencia" de que no hay calentamiento alguno. "Ayer, la semana pasada, el año pasado fueron frescos, ergo eso del calentamiento es una paparrucha."

A algunos de estos ateos, dada su deficiente formación matemática o su bajo CI, se les puede perdonar este error de concepto. Pero a muchos otros, no.

Los Jiménez Losantos, los César Vidal o Lorenzo Ramírez, los Fernando Paz, por nombrar sólo algunos, saben perfectamente lo que es una media aritmética y que los datos por debajo de esa media no contradicen la tendencia. No obstante, insisten en machacar a su audiencia con esa deliberada falacia para intentar captar nuevos adeptos a este cisma neoprotestante. Engañan a su público a sabiendas de que el argumento no se tiene en pie, conscientes de que mucha gente se lo comprará.

Esa no es forma de hacer oposición, señores. Un servidor critica el globalismo como el que más, y deplora la manifiesta hipocresía, la insaciable codicia de dinero y poder que subyace tras el sentimentalismo ramplón y manipulador de la "salvación del planeta".

Pero los hechos son testarudos, y hay que dar a Roma lo que es de Roma: los datos objetivos confirman que la temperatura media de la Tierra está subiendo desde hace décadas. Dejemos, por favor, de negar este hecho y echemos mano de argumentos más sólidos, que no escasean, para combatir a la agenda globalista. De otro modo, no hacemos más que desprestigiarnos.

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