Con motivo del reciente 18 de julio he recordado, para el título, el Cerro de Alcocero (Burgos), donde cayó o hicieron caer el avión que trasladaba al general Mola. Allí, en medio del monumento erigido en su honor, de fría y megalómana estética, en absoluta soledad, leí esta pintada: "Mola no mola".
¡Lo que va del pretérito imperfecto al presente también imperfecto! En tiempos del desarrollismo franquista se celebró el naciente fenómeno del turismo de masas como fuente de divisas para un país que había quedado hecho unos zorros un cuarto de siglo antes, 1939.
Bien, pues bastó una década, grosso modo entre 1964 y 1975, para que hechas unos zorros quedaran las costas españolas peninsulares del Mediterráneo y ambos archipiélagos. A base de cemento a tutiplén. Todo por los duros que riman con los euros de ahora. Laín Entralgo, en A qué llamamos España, 1971, escribió del litoral turístico catalán que empezaba a tomar las hechuras del "variopinto y gritador hormiguero humano".
Y es precisamente esa comunidad autónoma la que registra hoy las protestas más aparatosas contra un turismo desbocado, invasivo. Los ciudadanos que no dependen del dinerito de los turistas han caído en la cuenta de que a ellos sólo les toca la cruz: ruidos, orines, otras molestias, subida de alquileres y, en definitiva, conversión de sus pueblos y ciudades en decorados, en parques temáticos.
Es lo que viene a contarnos Helena Farré Vallejo en Todos somos el turista de otro, (EL ESPAÑOL, 17 de julio de 2024), con un estilo desenfadado, supongo que para enfado de los que sí viven del aluvión turístico. ¡Qué le vamos a hacer, nunca graniza a gusto de todos! Ni falta que hace: las adhesiones inquebrantables, para los caudillos.
Ese escribir con desenfado de asuntos serios quizá sea una marca, un estilo que a la vez pretende no dar la brasa, léase no aburrir. Vaya por Dios, ahora recuerdo que una chiquilla simpática y peleona, Josefa Ros Velasco, anda intentando revolucionar la idea que tenemos del aburrimiento, abundante provisión "articulística" y "charlística" mediante. Incluso con libro, La enfermedad del aburrimiento. Luego te pones a leerlo y resulta que, es un decir, en páginas impares es dolencia y en pares bote salvavidas, según su modalidad y el caletre de quien lo experimenta. Galimatías.
Retomando a Helena, la estocada, aunque anunciada en el título, viene al final: mira por dónde, cada quisque es el turista de otro(s). Estocada cargada de autocrítica y, aunque exagerada en el "todos", buena señal de madurez, hay que reconocerlo. Así que nos quejamos por las molestias del turisteo de rebaño en nuestras ciudades de residencia habitual al tiempo que nos convertimos en turistas molestos allá donde vamos y despojamos a los lugares visitados del encanto que tuvieron antes de la era del turismo de masas.
No te preocupes, estimada Helena: de lo que acabo de estampar se deduce que cuando tu madre te alumbró no quedaba ya ni uno de esos parajes. Granizaba sobre mojado.
El turisteo de panzudos en bermudas y sandalias con calcetines, comida y bebida basura, olor a sobaquillo y orines, música (ruido, quiero decir) a todo volumen bajo el sol y la luna, más bla, bla, bla es signo de los tiempos, no parece que vaya a menguar.
Mira, te copio el tiempo y persona verbales, aunque me dirijo a un turista-tipo, no a ti: irás, mirarás, te bañarás, comerás, beberás, leerás, bailarás, "capturarás" con tu protuberancia electrónica mil naderías y, lo peor, volverás y darás el turre con el móvil bien municionado.
En el "érase un hombre a una nariz pegado" de Quevedo encontramos la conjunción de una fatalidad biológica y de la mala uva del autor. No había cirugía estética. Para el móvil, tan útil, hay receta gratis, pero muy escasa demanda: uso, no abuso.