Lo que no sé es cómo se atreve, ni tampoco cómo no traga saliva o se atraganta tras atreverse.

Pedro ha movido ficha, como venía prometiendo desde las coplas a la imputación de Begoña, y ansía vendernos ahora una nueva clase de humo, de intensidad nunca antes vista: él es el salvador prometido, o el adalid de la democracia y el bienestar del pueblo, o el superhéroe que sostiene estas tierras con sus bíceps férreos por el poder sobrenatural que posee. Este país, sin él, en resumen, no sería una nación al uso. Tan sólo un estercolero hecho de fango, donde la ultraderecha camparía a sus anchas y sin resistencia, el cielo sería verde y los mares, negros. España se debe a él y a su sabio consejo: qué importarán ya Isabel y Fernando, Colón, Cervantes. Donde esté el puto amo que se quiten las tonterías.

No sé si escuchan a menudo sus intervenciones en el Congreso, pero ha llegado a decir el otro día, incluso, que la economía española va muy bien, demasiado, y que la sociedad más de lo mismo. Para prueba, afirma sin pudor, la Eurocopa o el segundo Wimbledon de Alcaraz. Me van a perdonar, pero no vi a Bolaños fulminarse a Djokovic en tres sets en mitad de una final, nada menos. Cuánto valor. Aunque no me sorprende, para nada. Es ésa una táctica típica del socialista promedio: apropiarse de los éxitos ajenos para tapar las vergüenzas propias.

Aunque la realidad dista mucho de la suya, que perdura sólo en el relato de la crónica oficial sincronizada: es su señoría, carente ya de toda clase de escrúpulos morales y éticos, quien en realidad está abocando al país al desastre, denigrándolo a base de amnistías e indultos adjudicados tanto por la puerta delantera como por la trasera, corrompiéndolo desde la Fiscalía hasta su propio entorno familiar, martilleando las posibilidades de ahorro de la clase media, guillotinando la inversión extranjera y defenestrando a todo opositor con algo de valentía remanente. Atacando a pymes, autónomos, propietarios de dos o más viviendas, empresarios, agricultores, ganaderos, periodistas independientes que no hincan la rodilla, Daniel Carvajal y Álvaro Morata por consecuencia directa de su nula sumisión y por no darle la mano con fervor a su Sanchidad: sus más feroces enemigos. Todos los españoles al otro lado del muro que erigió al principiar esta legislatura despótica.

Viene a defender ahora una supuesta regeneración democrática quien no es capaz siquiera de barrer su propio hogar. Exige transparencia el presidente a todo el mundo —a la prensa, al IBEX 35, a todo el que se mueva en una onda diferente o piense lo que él no piensa— menos a su propia mujer, pobrecita, claro. Cómo va a ser investigada la presidenta del Gobierno, o el hermano del intangible, por Dios. En qué cabeza cabe. Esto es una caza de brujas, prácticamente la Inquisición de vuelta. Y hay que pararla, según Óscar Puente.

Son los mismos, por cierto, que fueron sin máscaras a por el hermano, el padre, la madre, la pareja, el primo segundo de Ayuso. Los mismos hipócritas de siempre, en pocas palabras, aplicando la santa ley del embudo por la que se rigen esta clase de tipos poco amigables y grises: lo ancho para mí, mi familia, mis amigos, y lo estrecho para todos los demás.

Desconozco si lo de la mujer obteniendo una cátedra en la Complutense cuando ni siquiera es licenciada en la universidad, o lo del hermano que se saca patrimonio y bienes inmuebles de la chistera con una facilidad pasmosa y de él no se sabe bien aún si tributa en Portugal o en Badajoz, o lo de Barrabés y Air Europa, es constitutivo de algún delito, como sospechan los jueces a cargo de sendas investigaciones. Lo único que sé es que esto no es estético, y que es también indigno del presidente del Gobierno de una de las democracias más importantes de Europa y el mundo. Y que tienen razón los independentistas catalanes cuando le dicen a Sánchez que esto del lawfare le importaba un comino hasta que en abrazar tal discurso, antes situado al otro lado de la ventana de Overton, ha descubierto que podía ganar algo: seguir conservando el cómodo colchón de Moncloa. Pedro guiándose por las ganancias y no por sus principios, ni tampoco por el programa electoral de su partido, qué raro. Una auténtica sorpresa.

España se merece otra cosa. Un nuevo gobierno dispuesto a legislar, cuando menos. Cabe esperar eso de un gobierno, ¿no? En su propia definición, gobierno se refiere a la acción y efecto de gobernar, no a aprobar una amnistía y quedarse de brazos cruzados, cobrando por mirar a las musarañas mientras la edad de emancipación aumenta al ritmo que sube la cesta de la compra por la inflación.

Ignoro si debe ser Ayuso, Feijóo o la madre que les trajo. Pero el de Sánchez hace tiempo que es prácticamente un antónimo, que no es ni siquiera un gobierno; porque, es algo ya evidente, a Sánchez sólo le importa el ombligo del gobernador y no el ombligo de los gobernados. ¿Recuerdan? Lo ancho para él y lo estrecho para los demás.

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