Me quieren hacer creer poderes fácticos, misteriosos y sibilinos, de por aquí y de por allá, en su mayoría tertulianos de poca monta vestidos de héroes de la democracia, aspirantes a un puesto-paguita, como aquel tan viral de la directora del Gabinete del director del Gabinete del Ministerio de Presidencia, que Bildu no tiene vinculación alguna con la ETA. Claro. Y yo me chupo el dedo, nací ayer y aún llevo pañales.

Verán, no hay que ser Sherlock Holmes para darse cuenta: llevan condenados por terrorismo en sus listas electorales, se niegan a condenar la violencia de los enmascarados de Hipercor, la T4 en 2006, el secuestro de Ortega Lara. No piden perdón, sino que incluso justifican haber acabado con la vida más de 800 personas —se lo merecían, en el fondo, a su juicio, por ser unos "perros fascistas", aunque tan sólo estuvieran cumpliendo con su deber y ello les costase dejar a sus hijos sin padres y a sus mujeres sin maridos—. Y, por supuesto, se niegan todavía a esclarecer la autoría y los hechos de según qué crímenes.

El problema con Bildu ha sido dejarles cancha para que jueguen su partido de la infamia, terreno para su proyecto político manchado de metralla y explosivos, darles la mano hasta que nos han cogido hasta el cráneo —de nuevo—. Y sí, el culpable aquí ha sido mayoritariamente el PP, y lo digo sin miramientos, máscaras o reticencias. Por no votar a favor de la ilegalización de esta gente cuando pudieron, cuando lo presentó UPyD y luego Vox, o cuando se les presentó la oportunidad idónea. Rajoy tenía la mayoría absoluta y la sartén por el mango, pero tenía la mayoría absoluta y la sartén por el mango pero su único plan fue quedarse de brazos cruzados, dormido en los laureles —o en el bar del Congreso— sin hacer nada útil, ni tampoco contribuir a que este país recobrara la cordura y la moral.

Estamos en esas. Bildu no es ETA, pero algunos de sus votantes siguen acosando en redes a Ortega Lara, recordándole con sorna el año y medio que pasó secuestrado en aquel zulo. Bildu no es ETA, pero para mostrar su apoyo a leyes del Ejecutivo de Sánchez siempre piden lo mismo: acercamiento de presos etarras a las cárceles del País Vasco, para que estén con sus familias. Porque, es algo ya evidente, vivimos en un país donde importan más los derechos de los criminales, los asesinos y los terroristas que los derechos de las víctimas. Para no ser ETA, o no ser su herencia edulcorada, se le parece mucho.

Y Sánchez traga. O lo que es peor, disfruta, de algún modo maquiavélico, impensable en la cabeza de alguien con un mínimo de honor, amoral viniendo de un presidente del Gobierno, mientras traga y se compadrea, entre risas cómplices, con Mertxe Aizpurua en el parlamento. Inalterable al desaliento, el presidente. En fin. Nada nuevo bajo el sol.

Las últimas mofas del partido de Otegi, ya no al Estado de derecho sino a la decencia, son dos.

La primera, que para votar a favor de los presupuestos exigirán la liberación inmediata de un sector de presos terroristas, o de la totalidad de ellos. A través de los indultos, o quizá de una amnistía —ya saben: Ternera y Txapote jamás mataron a nadie—. No se lo pierdan. Presupuestos por asesinos, como bien ha dicho Aznar el otro día.

No descarten, por cierto, que siguiendo el camino que están siguiendo vuelvan a las andadas, a las capuchas y al majestuoso plan de acabar con inocentes para lograr objetivos políticos. ¿Alguien acaso se cree la trola de que, cegados por el radicalismo, no eran conscientes del daño que hacían al coger una pistola o hacer explotar un coche bomba? Bicho malo nunca muere, o no deja de matar si se le presenta la oportunidad.

La segunda, que para apoyar el plan de regeneración de la sanchocracia se inmiscuirán en la ley de Seguridad Ciudadana para prohibir, entre otras cosas, la utilización de pelotas de goma porque "hay gente que ha perdido órganos" tras recibir impactos de éstas. ¿Discúlpenme? ¿Hace falta acaso recordar lo de Miguel Ángel Blanco?

Está claro que toca elegir, entre mancharse, o no, a posteriori las manos con la sangre de las víctimas. Y yo ya he elegido bando, que es el bueno en esta historia, la única respuesta posible: seguir manteniendo blancas las manos, por tantos otros y sobre todo, con especial ahínco, por don Miguel Ángel, aún faro de esperanza.

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