Recibíamos cada viernes noche la risa de Mayra. Estábamos todos en familia viendo el Un, dos tres. Risa que se unía a las que venían del eco del patio, en especial de la señora Rafa que, como Mayra, se reía con todas las ganas.

Era el preludio del fin de semana, cuando aún no se decía "finde". Era una televisión minifaldera inventada por un Chicho Ibáñez que creaba una edad de oro del medio. Mayra sustituía a otro genio, Kiko Legard, para presidir una noche que duraba muchísimo, casi como La Clave. Dos programas junto con El Hombre y la Tierra y los Estudios 1 (por poner una muestra) bastarán para dignificar un invento, ya tan degenerado como vemos ahora, como es la televisión con sus 1.000 canales y cientos de plataformas.

Me acuerdo de Mayra como una vecina más, formaba parte del paisaje doméstico con esa risa que hacía sonreír por contagio. Hay que saber mucho de actuación como para pretender ser una persona normal. Los presentadores de la tele son ante todo actores, desde los telediarios hasta Jorge Javier (por poner un toque de fango). Mayra fue lo que Mastroianni al cine: presentar a una persona normal, cercana, vecinal.

Recordamos hoy con la nostalgia no de los tiempos pasados y del reconocimiento de la capacidad de empatizar con algo tan sumamente difícil, como es el público. No sé cómo era en lo personal Mayra, ni siquiera lo pienso, pero la recordaré como la risa de la señora Rafa que llega a través del patio eterno.

Descanse en paz.

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