Hace unos veinte años, el presidente Zapatero lanzó la idea de la "Alianza de Civilizaciones". Hoy, por el contrario, nos enfrentamos a una grave amenaza de choque de civilizaciones, una vez más en la historia.

Los recientes ataques terroristas en Alemania y Francia, sumados a otros en varios países de Europa en los últimos años (sin mencionar los ocurridos en Israel que desembocaron en la invasión a Palestina), nos recuerdan que una parte de los seguidores del islam se inclinan hacia el radicalismo violento.

En mi opinión, esto ocurre porque ciertos fanáticos interpretan el Islam bajo lo que llamo el "triple desprecio":

-Desprecio por la mujer, a la que se considera una propiedad a ocultar y controlar, como si fuera parte del patrimonio masculino. (¿Cuándo veremos una revolución de las mujeres en Irán y Medio Oriente? Ojalá sea pronto).

-Desprecio por los "infieles", todos nosotros, quienes no abrazamos su religión.

-Desprecio por la vida, dado que la guerra santa contra dichos infieles es vista como un camino hacia un paraíso que todos envidiamos. Para ellos, la muerte es la forma más placentera de vida posible.

Este desprecio es incompatible con los valores del mundo libre, que incluyen Europa Occidental, Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Australia, y que se basan en principios greco-romanos fundamentales para nuestra civilización.

A pesar de sus paradojas y sombras, estos principios ofrecen un valor y una luz incomparables con naciones gobernadas por autócratas o partidos únicos, siempre conspirando para debilitar o superar el liderazgo de las democracias liberales.

Es una realidad incómoda, pero ciertas interpretaciones radicales del islam son incompatibles con nuestra civilización. Esto es evidente para muchos ciudadanos en Francia, Bélgica, Alemania, Dinamarca, y otros países que ven amenazados los fundamentos de la cultura europea por una cultura exógena que, ocasionalmente y trágicamente, recurre a la violencia y el terror.

Como occidental, no me atrevo a decir qué cultura es mejor, pero sí me atrevo a defender la nuestra. En algún momento, Europa deberá proteger su esencia democrática y laica frente a una amenaza cierta, que día a día desafía nuestra libertad y derechos fundamentales.

El creer que lo incompatible puede integrarse es un error que solo nos llevará a más conflictos entre civilizaciones en los próximos años, en cada barrio del corazón de Europa.

No sugiero cerrar nuestras fronteras, en absoluto. Pero algo debe cambiar. Nuestros principios como democracias liberales deben ser irrenunciables, y su defensa debe ser firme en esta silenciosa guerra cotidiana por la vida, la igualdad de género, la libertad de pensamiento y, en última instancia, por el alma misma de nuestra civilización.

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