Pandemónium es la capital del Infierno en el poema narrativo El paraíso perdido (1667) de Milton. La obra del diablo fue expeditiva. En una hora se construyó una urbe que superaba en maravillas a las grandes ciudades de la antigüedad, incluida Babilonia y sus ilustres Jardines Colgantes. El ángel rebelde detentaba la capacidad de realizar una labor inmensa en un periodo muy reducido y, gracias a ello, erigió Pandemónium (junto a la ayuda inestimable de sus acólitos) en tiempo récord.

Pedro Sánchez ha demostrado una habilidad para construir su pandemonio particular que rivaliza con la del propio Lucifer, debido a que en solamente seis años de estancia en el poder ha realizado cambios irreversibles y protagonizado escándalos políticos que deberían haber acontecido con una lentitud mucho mayor. Para la desgracia de la integridad estructural de España, se ha acelerado artificialmente el rodaje de la historia, como en una suerte de intento pseudo-donjuanesco por parte de la cabeza del ejecutivo por ponerse a la altura del diablo.

El actual presidente fue el responsable de una de las peores gestiones del Covid-19 del mundo (recordemos que España llegó a convertirse en el epicentro global de la pandemia, con números absolutamente disparatados teniendo en cuenta, sobre todo, su densidad poblacional), propulsó el indulto y la amnistía de declarados enemigos del estado que ejecutaron un golpe y ha adoptado medidas de cariz medieval (paradigmáticamente reflejadas en la concesión de la independencia fiscal a Cataluña, enmarcada en un alarde de insolidaridad infaustamente consustancial a este demacrado partido "socialista").

Lucifer se rebeló y, ulteriormente, construyó Pandemónium guiado por un ataque lacerante de orgullo; Sánchez ha construido esta ciudadela singular de escándalos, leyes suicidas y gestiones cuestionables con un objetivo tan banal como mantenerse en el poder a toda costa. Ello convierte a Sánchez en un competidor directo del demonio en materia de vanidad, característica no especialmente deseable en un hombre de estado.

El inconveniente principal del mandato de Sánchez no es, al contrario de lo que pueda parecer en un primer momento, el daño que causa al estado y a la nación a corto plazo. La política se ve capacitada para entender el cortoplacismo, pero la historia no; he aquí el quid de esta siniestra cuestión: Sánchez no se halla realizando modificaciones meramente políticas en el funcionamiento del estado, pues principalmente está fomentando cambios de carácter histórico. Las medidas que el presente estado autófago está promulgando son irreversibles.

Tomemos como ejemplo la ley que permite usar las lenguas regionales en el congreso. Aparte de nacer de una consigna absurda y sobrepolitizada (¿por qué habría de ser necesario hablar otras lenguas en el congreso cuando todos en él dominan el español?), esta norma supuso un paso hacia adelante en los intereses de los nacionalistas, que siempre han luchado por escindirse, también lingüísticamente, del resto de España. En caso de una hipotética voluntad por parte de un gobierno futuro de retirar este precepto, la revuelta popular a cargo de la población de las Comunidades Autónomas con idiomas nativos sería inminente; además, los nacionalistas de las respectivas regiones podrían practicar su juego favorito: el victimismo, arguyendo un arrebatamiento fascista de sus derechos lingüísticos y una intención recesiva por parte del "maligno" Estado español. Sobradamente conocido se revela el poco cariño que muchos españoles, sean independentistas o no independentistas, tienen por su patria, de forma que cualquier voluntad unificadora del estado que atente contra los avances negociados por los secesionistas sería inmediatamente etiquetada como un arranque de totalitarismo con el que realizar chantaje (su segundo juego preferido) tanto al gobierno de turno como a la comunidad internacional.

Un hombre con sentido de estado que gozara de una inteligencia estratégica básica prevería los posibles problemas futuros y trataría de minimizar daños. No obstante, Sánchez no es Gabriel o Miguel; no se encarga de salvaguardar el Paraíso. El presidente ostenta la única misión de armar su pandemonio personal, por eso vende la vida histórica de España por un poco más de tiempo. La alusión a Don Juan no fue accidental. Don Juan, al que comparaban con Satanás, no dudaba en cometer actos execrables si ello saciaba su pantagruélico ego. Cuando se le recordaba que tras la muerte podría ser castigado, respondía: ¡cuán largo me lo fiais! Émulamente, Sánchez, al ser cuestionado por lo que será de España cuando abandone el poder, replica mentalmente: ¡cuán largo me lo fiáis!

Dios expulsó a Lucifer del Paraíso y lo dejó construir su capital en el Infierno, lugar al que pertenecía. Los españoles deberían tomar nota y, más pronto que tarde, expulsar a Sánchez de la Moncloa para que no culmine su obra y convierta España en su Pandemónium, ya que este, desde luego, no será maravilloso.

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