Es todavía poco conocido entre el público general cómo figuras como la del gran filosofo Spinoza han sido birladas a la cultura española, tanto por la perfidia negro legendaria de los holandeses, que lo presentan meramente como un filósofo judío-holandés, como por el catolicismo español de Trento que evidentemente no lo podía asimilar, ni menos incluir entre las figuras de su Siglo de Oro, como Cervantes, Quevedo o Lope.
En tal sentido conviene desmantelar el habitual discurso que sitúa a España como creadora únicamente de una filosofía neoescolástica tardía, todo lo brillante que se quiera, pero premoderna o a todo lo más protomoderna. Ayuna, por ello, de un pensamiento filosófico moderno, como el producido en Francia a partir de Descartes.
El mismo Spinoza, por lo que sabemos tras eruditas investigaciones del siglo XX, era de cultura familiar sefardita judeo-española, habiendo escrito su defensa contra su expulsión de la Sinagoga de Ámsterdam en español y firmaba como De Espinosa, apellido usado todavía hoy en la Península Ibérica.
Pero ¿qué ocurrió entonces con el carácter cultural español impreso en la breve vida y obra del gran filósofo Spinoza? Lo que ocurrió, sencillamente, es que no fue posible entonces su influjo en España debido al sambenito de ateo que cayó sobre su obra, siendo tratado Spinoza, en toda Europa, y no solo en la inquisitorial España, en palabras de Lessing, como “perro muerto”. Solamente en la Alemania romántica de finales del siglo XVIII es en parte rehabilitado Spinoza como un gran filósofo, equiparable a Descartes o a Leibniz. Pero, claro, esto no tuvo tampoco lugar en la España decimonónica.
Es en el siglo XX, tras la asimilación y puesta al día de la filosofía moderna en España, debido a los ingentes esfuerzos en tal sentido de Unamuno y Ortega, cuando podemos encontrarnos con algo similar a lo que fue la penetración de Descartes en Francia a través de Malebranche y los colegios de la Congregación del Oratorio o la de Leibniz en Alemania a través de la cátedra de Christian Wolff en la Universidad de Halle.
Ello ocurrió con la renovada interpretación de la obra de Spinoza desde la Universidad de Oviedo por Gustavo Bueno, considerado como uno de los filósofos que tuvieron un papel destacado en la España democrática actual. Pues su filosofía consiste esencialmente en interpretar la Substancia espinosiana como un trasunto de la Materia en el sentido del Ser de la Metafísica.
La obra de Gustavo Bueno puede verse, en tal sentido, como una profundización filosófica en el así considerado modelo espinosista, tratando de superar su apariencia mecánica y estática, por una interpretación dialéctica tomada de la escolástica materialista marxista, entonces en boga en la Unión Soviética, en plena Guerra Fría. El propio Gustavo Bueno vio en la filosofía de Spinoza “la fuente de la genuina ontología materialista moderna" (Ensayos materialistas, Taurus, Madrid, 1972, p.48).
Debido a su muerte prematura la obra de Spinoza, como ya sostenía Schelling,
“Es más bien equiparable a una obra esbozada sólo en sus contornos más externos, en los que, si se le diese vida, sólo se observarían los muchos trazos que aún faltan o permanecen inacabados” (Schellings Werke, VII, 350).
Tales trazos inacabados de la filosofía de Spinoza son los que Gustavo Bueno ha tratado de completar de modo sistemático con su Materialismo Filosófico. A partir de la ingente obra filosófica de Bueno, este modo de pensar de la cultura filosófica española moderna, iniciada en el “exilio” por Spinoza, puesto que nunca es tarde si la dicha es buena, bien merece los esfuerzos de nuevas generaciones que la hagan florecer y dar nuevos e inesperados frutos, en unos tiempos en los que han desaparecido los tradicionales obstáculos de falta de libertad de expresión y se puede contar con la existencia de nuevos medios de difusión de las nuevas ideas en español tan abiertos y de un alcance global.
En el último siglo, gracias también al esfuerzo titánico de los Unamuno, Ortega y Gasset, Gustavo Bueno y otros, algunos españoles hemos empezado a amueblar y poner un nuevo orden en nuestras cabezas pensantes, más actual y adecuado a la moderna situación en la que nos encontramos.
Solo falta que el cambio permita orientar de nuevo nuestra acción política y vivencial de un modo que nos permita recuperar la autoestima perdida, fortalecernos como sociedad prospera y seguir influyendo en el mundo, como fue nuestra vocación en los pasados tiempos gloriosos, aunque no ya tanto con la espada, como con la pluma y el influjo de esta nueva filosofía, que está ya penetrando en Hispanoamérica y que debería reorientar y mejorar nuestro ya característico modo español de pensar, sentir y vivir, sobre la base de la impresionante dimensión que está adquiriendo nuestra lengua en el mundo actual de la Globalización.