Murió Viridiana y yo me enteré tarde. Cambio el reclinatorio y dirijo la primera oración de la mañana frente al cartel del Ángel Exterminador que tengo en Madrid. Allí rezo pensando en Viridiana y Silvia Pinal, en la actriz y en la persona.

De esta última no tengo nada que decir, como de ningún artista, pues me importa poco las veces que se ha casado, si era rojo o amarillo, o de si pertenecía al PRI, como en éste caso. El recuerdo que nos queda sólo es del actor, que no es más, ni menos, que suplantar vidas que no existen para resucitar arquetipos inmortales. Magia pura por la que un actor conseguirá llegar a la salvación estética, en gran parte por la labor de su director.

En este caso, don Luis Buñuel, genio tóxico y maldito. Silvia fue su musa y se convirtió en Viridiana, Leticia la Valquiria, o el Diablo. Estos tres roles, que enmarcan vertientes de la derrota del catolicismo me hicieron reflexionar incluso cuando no tenía ni siquiera capacidad de tal cosa. Lo importante es que siguen haciéndolo.

Silvia representó sus mitos con maestría: la mártir de la piedad con Viridiana, el triunfo del demonio frente al eremitismo y la red burguesa como manada de borregos católicos. Sin duda, mérito del director acertar con nuestros grietas, pero sin una musa carismática como la Pinal no hubiera funcionado, sobre todo en mi memoria.

La Pinal me ha acompañado desde la primera infancia hasta hoy, la tercera edad, desde su presencia en estas tres películas. Es para agradecerlo. Hay gente que pasa y gente que se queda. Gracias por ser una de las mías.

Silvia Pinal, QEPD.

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