Cada vez más personas sienten animadversión a la Navidad y la aborrecen. Se declaran del equipo Grinch, personaje de la literatura infantil, creado por Theodor Seuss Geissel. Es una especie de ogro malhumorado, verde y peludo, con un corazón la cuarta parte del normal, que vive en una caverna en la montaña de Crumpit cerca de la ciudad de Whoville, y que odia la Navidad.

En su origen el odio venía provocado por la mercantilización de la Navidad. Sin embargo, ha derivado en la cristougennatokofobia, horror a la Navidad en todos sus aspectos. Y a su vez ha generado variantes especificas como la doronofobia, el miedo a recibir y abrir regalos; la santafobia, miedo a Santa Claus; la selafobia, miedo a las luces parpadeantes; y la singenesofobia, aversión a los familiares. Todo un cuadro de fobias.

Vivimos en una sociedad laica, que confunde secularización con laicismo. Laicismo que está mutando de la indiferencia ante las manifestaciones creyentes, de cualquier signo, a una hostilidad contra toda religión. Llegando a derogar el delito contra los sentimientos religiosos del Código Penal. Hecho llamativamente significativo en un momento histórico en donde los sentimientos se imponen a la razón.

Es cierto que si observamos con atención los signos de los tiempos, el panorama es negro profundo. Y aparentemente no encontramos motivos para la alegría navideña.

En el contexto mundial la invasión rusa de Ucrania, el conflicto de Gaza y el golpe de estado en Siria son preocupantes. Se barrunta que con el inicio del segundo mandato de Trump, como presidente de Estados Unidos, la inestabilidad económica se acrecentará. El calentamiento global y sus catastróficas consecuencias tampoco ayudan.

Si centramos el foco en nuestro estado, aunque macroeconómicos parece ir bien, el paro sigue aumentando, la presión fiscal subiendo, la eficiencia en los servicios públicos desplomándose y el acoso político-jurídico al de ideas distintas nos han llevado a un trincherismo sin precedentes.

A nivel local, más de lo mismo, diálogo de besugos, y falta de autocrítica. Además, el día es más corto, la noche más larga. Hace frío y llueve. Para completar esta pintura negra, en el ámbito personal/familiar conforme crecemos en edad en estas fechas echamos más en falta a los ausentes, que cada vez son más.

Se nos olvida que lo que celebramos en la Navidad, no son las saturnales, ni el cambio de solsticio. Tampoco que un carbonero algo borrachín venga a la ciudad a intercambiar carbón por otras mercancías y asustar a los mutikos.

La Navidad para los creyentes, fundamentalmente, es esperanza. Esperanza que proviene del cumplimiento de la Promesa de Salvación de Dios Padre. Recordamos que Jesús, que es Hijo de Dios, vino a salvar a la humanidad y a enseñarnos su Reino. Para que empecemos a construir una sociedad más justa y pacífica. Es esta esperanza, de que no estamos solos, ni abandonados, la nos produce una inmensa alegría.

Tristemente, nuestra sociedad tecnocapitalista todo lo engulle y lo tamiza financieramente para retornarlo en un hecho de consumo. Para muestra el calendario de Adviento.

El año litúrgico para los creyentes comienza cuatro domingos antes de Navidad para prepararse espiritualmente. Para explicar este hecho a los más pequeños, se ideó el mencionado calendario. Hoy en día, hay calendarios de "adviento" con motivos de consumo para comprar cualquier artículo que se nos ocurra, incluso se encuentran de juguetes sexuales.

Si a esta visión consumista le sumamos la moda de olvidar las tradiciones y sus orígenes grecorromanos y judeocristianos de nuestra sociedad occidental, fácilmente caemos en un vacío existencial que nos lleva a la repulsa de la Navidad, pues no le encontramos sentido alguno.

Por eso, desde nuestra humana imperfección demos una oportunidad a la esperanza con alegría realista. Como decía Václav Havel, "la esperanza no es la convicción de que las cosas saldrán bien, sino la certidumbre de que algo tiene sentido, sin importar su resultado final". Alegrémonos por la Navidad, incluidos los no creyentes.

Felicitemos la Navidad, y no las fiestas, a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos... Reconociendo y dándole su sentido, aunque no seamos creyentes. El verdadero regalo es estar juntos, pensando que un mundo mejor puede ser realidad.

Al final, lo que realmente importa no es lo qué está debajo del árbol, sino quién está a nuestro lado, por qué y para qué.

¡Feliz Navidad y esperanzador 2025!

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