El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un desayuno informativo este miércoles en Madrid.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en un desayuno informativo este miércoles en Madrid. Efe

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Busco casa en Italia

Raúl R. Méndez
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Ninguno de los dos, Sánchez y Feijóo, Feijóo y Sánchez, ha entendido nada todavía. Les pasa por no leer; pero no hablo ya de un libro de Dumas, no, no le pidan peras al olmo: es que no leen ni siquiera el periódico. Tampoco ven cine. Y así nos va.

Votar en España, últimamente, se ha convertido casi en una ruleta rusa: se trata, esto, de elegir entre el malo y el peor. Entre el enemigo público número uno y el enemigo público número dos. Entre quien va a arruinar su vida, querido lector, y quien se la va a arruinar todavía más.

Así que imagínese ahora en materia de vivienda. Estamos perdidos. Sálvese quien pueda.

Desgranemos sin más dilación las propuestas de Pili y Mili, de Mortadelo y Filemón, de nuestros Bruce Wayne y Clark Kent.

Feijóo, en el cónclave de Oviedo, concluyó que las Comunidades gobernadas por su partido pueden reducir el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales al 4% en la compra de una primera vivienda para menores de 40 años. Lo que me sorprende, en realidad, es que para darse cuenta de algo tan simple haya necesitado ni más ni menos que dos días de campamento de verano y atrincheramiento moral con casi toda la alta cúpula del Partido Popular allí presente.

Pero no le pidan perspicacia a Génova. Por razones más que obvias.

Me surgen varias preguntas. ¿Por qué no directamente eliminarlo en la compra de una primera vivienda y no sólo reducirlo seis puntos porcentuales, sin que importe la edad o el equipo de fútbol? ¿Por qué hasta los cuarenta, si la edad media de emancipación se acerca, precisa y peligrosamente, a esas edades? No hay quien entienda nada.

Reconoceré que lo de las deducciones en el IRPF, por ejemplo, sí me ha gustado. Aunque soy de la opinión de que esa acción, deducir el IRPF de acuerdo a la inflación, debería hacerse siempre. Y castigar electoralmente a todo aquel que no la lleve a cabo.

Unas horas después Sánchez propuso lo suyo: esto se arregla, como lo arregla siempre cualquier socialista de tres al cuarto, que desconoce por definición los principios económicos básicos, ahogando a todos los propietarios a base de más impuestos: a los de Airbnb, a los de dos propiedades o más, a los especuladores. Claro que sí: faltan viviendas en la oferta y la receta, cree el presidente, pasa por atacar fiscalmente a quienes las poseen. Genio de la lámpara.

Aunque Sánchez sí ha puesto sobre la mesa algo interesante (incluso un reloj roto da bien la hora dos veces al día) que me ha reconfortado profundamente (incluso viniendo de él). Ha dicho que gran parte de las operaciones de compraventa de vivienda proceden de ciudadanos extracomunitarios y que hay que limitarlo como sea, lo cual me alegra mucho, porque es verdad: el pasado verano vi un piso de segunda mano en primera línea de playa a 745.000€ (sin sumarle su correspondiente doble 10% de ITP e IVA) y a reformar, y entonces supe que se nos había ido la cabeza. ¿Quién, si no un extranjero con bolsas de dinero en el maletero, podría permitirse pagar casi un millón de euros por una propiedad costera que ni siquiera es de obra nueva?

Yo les sugiero algo, a ambos: algo tan sencillo como hablar. Al fin y al cabo, casi un 80% de electores les eligieron a ellos el 23-J. Son mayoría. Y para las cosas importantes, como ésta, bien harían dejándose de guerras partidistas y socios siniestros para aprobar, en cambio, criterios comunes que beneficien a los principales destinatarios, que son siempre los ciudadanos.

Aunque bien sé que eso no sucederá nunca. Y por eso yo, por si les sirvo como ejemplo, ya estoy mirando muy seriamente lo de mudarme a un pequeño apartamento de escasos cincuenta metros cuadrados en un pueblo perdido de alguna costa aleatoria de Italia, comer pasta carbonara todos los días, fumar tabaco barato mientras vivo y respiro entre libros y buen cine, me busco algún modo honrado de ganar el jornal y me río, desde la innegociable y kilométrica distancia, de todos estos políticos de tercera categoría, nada leídos, que nos gobiernan según sopla el viento.

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