En un momento dado, Joe Hughes tiene un contacto ocular inusual con su madre. De hecho, está mucho más receptivo hacia ella y el resto de personas que le rodean. Es más, se comunica con mayor frecuencia, con mayor intención y con una tasa de respuestas más elevada. Más allá incluso: se reduce su hiperactividad y muchas de sus estereotipias y ecolalias desaparecen. El protagonista de The A Word, la aclamada serie de la BBC británica, experimenta un 'despertar' tal que su madre llega incluso a pensar que, quizás, hasta se haya producido un salto en su evolución que lo encamine hacia una 'salida' del autismo.
Lo cierto es que todos los padres de niños con TEA hemos pasado por ahí. Como siempre decimos, e insistimos, el autismo no se cura, no es una enfermedad y como tal no tiene un remedio. Y sin embargo hay ocasiones en que no ilusionarse es imposible, en que un gesto, una mirada o una palabra son mucho más que eso y se convierten en promesas de horizontes dorados. Sobre todo si el niño tiene fiebre.
Joe Hughes, igual que le ha sucedido a nuestro hijo esta misma semana, atraviesa una pequeña enfermedad con un proceso febril asociado. Simplemente eso, pero todo lo anterior también es cierto. ¿Entonces la fiebre es una solución, una cura? No, no lo es y por desgracia los estudios relacionados con ello no han llegado a ningún resultado concluyente ni a ningún hilo del que los investigadores puedan tirar.
"Conclusión: documentamos el cambio de comportamiento entre los niños con TEA durante episodios de fiebre. Los datos sugieren que estos cambios pueden no ser únicamente subproducto de los efectos generales de la enfermedad en el comportamiento. Sin embargo, se necesita más investigación para probar de manera concluyente los efectos específicos de la fiebre y dilucidar sus mecanismos biológico subyacentes (posiblemente con vías inmunológicas y neurobiológicas, señalización intracelular y plasticidad sináptica)".
La conclusión anterior es el paso final del estudio que en 2007 desarrollo el equipo del Dr. Andrew Zimmerman en el departamento de epidemiología del Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, de Baltimore (EEUU). Trabajando con un grupo de 30 niños con autismo entre los 2 y los 18 años durante y después de procesos febriles iguales o superiores a una temperatura corporal de 38 grados descubrieron que, efectivamente, había cambios en los comportamientos de los niños y que, efectivamente también, no sabían por qué se producían o cómo replicarlos.
Obviamente no es el único estudio que se ha realizado al respecto, aunque la mayor parte de las conclusiones son bastante similares. Decepcionante para los padres que en cada catarro vemos un hilo de esperanza, esperanzador al mostrarnos que el camino a un tratamiento adecuado del trastorno esta cada vez más cerca y que, sin ninguna duda, aparecerá en el lugar menos esperado.