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. Foto: skynesher

Autismo, puzles y galletas

Autismo y espíritu gregario

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La Real Academia Española de la lengua define gregario como aquella "persona que forma parte de un grupo sin distinguirse de los demás" por lo que podríamos definir el 'espíritu gregario' como el afán de una persona por formar parte de ese grupo, por ser uno más sin distinguirse de los demás integrantes. Pues bien, este verano nos ha servido para descubrir que nuestro hijo tiene espíritu gregario, que quiere formar parte de la comunidad e integrarse como uno más. Por supuesto, sigue teniendo autismo.

Los grandes periodos de tiempo alejados de la rutina de los colegios y las terapias son un auténtico quebradero de cabeza. El simple hecho de romper con los hábitos normales ya suponen una alteración tan considerable que nunca sabemos cómo reaccionará. Sin embargo, en la excepcionalidad también reside la oportunidad.

Si el verano de 2018, cuando nació nuestra hija -cuatro años de diferencia entre ambos-, nos hizo darnos cuenta de lo importante que es la rutina, cómo de fundamentales son los hábitos y la importancia casi vital de la anticipación de cada cambio, el verano de 2019 ha valido para dejar claro que nuestro hijo es sociable y como tal trata de compartir sus gustos y aficiones.

Como buen niño de cinco años que es no encuentra la forma de resistirse a un buen parque. El tobogán, el balancín, la tirolina... Todo le vale y de todo disfruta. Lo que nunca pudimos imaginar era que disfrutaba aún más cuando jugaba a esos mismos juegos con otros niños. Claro, que lo de jugar es una forma de llamarlo. 

Para nuestro hijo la comunicación espontánea es poco menos que un imposible hoy por hoy, así que tanto en el colegio como en terapia siempre ha tenido juego dirigido. Casi más una herramienta para conseguir otros fines que por el propio juego en sí mismo. El problema está en que en ese juego también se dirige al resto de niños, que pasan a ser actores de una obra en la que nuestro hijo aprendía algo jugando con niños que obedecían un "corre", un "pilla a Gastón" o un "pásale la pelota".

Él jugaba con otros niños pero nunca aprendió ni necesitó decir "Hola, ¿jugamos?".

Y precisamente ese es el problema con el que nos hemos encontrado. Nuestro hijo trata de repetir en un parque extraño y rodeado de extraños las pautas del juego dirigido, así que cuando quiere compartir un juego simplemente se pega -literalmente- al otro niño y le imita y le persigue en todo lo que hace. No hay comunicación ni el otro niño entiende muy bien lo que sucede, así que hay respuestas de todo tipo.

Así nos hemos encontrado con niños algo menores que no necesitan saber nada y de forma casi automática juegan y no le dan mayor importancia al 'acoso' de nuestro hijo que, como ya hemos dicho, se pega a ellos y les imita a la carrera o en el tobogán. Claro, también hay otros niños, ya de cinco años o mayores que simplemente no quieren jugar con él o -muy comprensible- que directamente no les hace ninguna gracia esa imitación o ese 'acoso'.

En todo momento hemos estado cerca de él. Había que evitar que esas ganas de jugar incomodaran a otros niños (y también que alguno mayor le empujase o algo peor) y también tratar de mediatizarlas, pero nuestras presentaciones y explicaciones ("Es que él habla poco") pocas veces servían de mucho.

Ahora, y tras un verano con la rutina más controlada gracias a lo aprendido en 2018, hemos descubierto que nuestro hijo tiene 'espíritu gregario', que hay predisposición en él y que a nosotros nos corresponde proporcionarle las herramientas necesarias para que con un poco de suerte un día cualquiera en el parque pueda terminar con un nuevo amigo.

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