Todos sabemos lo difícil que es dirigir los intereses de nuestros hijos. Hacer que lean. Conseguir que estudien. Encaminarles por la senda que creemos más adecuada. Más sencillo incluso: que te miren, que te escuchen, que te escuchen de verdad, que obedezcan. Es eso, al fin y al cabo, el trabajo de padres y madres. Un trabajo para toda la vida, sin descansos ni fines de semana libre. Un trabajo que los peques con autismo multiplican a la enésima potencia en casos muy concretos y también en aspectos muy generales de su vida.
Lograr que un niño con TEA de tres años como nuestro hijo preste atención puede ser una misión imposible, por lo que captar su interés se convierte en un obligación añadida al día a día. La cuestión, ahora, es cómo conseguirlo. Obviamente, no todos los niños son iguales ni se despierta su curiosidad de la misma manera. En nuestro caso fue sencillo, puesto que la capacidad visual de nuestro peque es muy alta y teníamos una clara vía de entrada a su cabeza.
Cuando los niños son muy pequeños, todos llamamos su atención con gestos o sonidos. Cuando son algo mayores probamos con sombreros, gafas de broma de tamaño desmedido, objetos brillantes o cualquier cosa que se salga de lo normal para conseguir una mirada. Y funciona, pero sólo durante un tiempo limitado. Una vez superado el primer impulso, el primer interés y la primera mirada, la atención se difumina y pasa a otra cosa.
Lograr que un niño con TEA de tres años como nuestro hijo preste atención puede ser una misión imposible
Los niños con autismo tienen una menor capacidad de concentración y su rango de atención a una tarea concreta es, en la mayoría de los casos, tremendamente reducido, quizás apenas a unos segundos. Entonces, ¿qué hacer cuando necesitamos grabar algo en su cabeza a fuego?
Los pictogramas son el primer paso. Imágenes basadas en sus intereses, con los que atraer su atención primero y lograr que descubran la bidireccionalidad: si nosotros se lo damos a él tiene un significado, pero si él nos lo da a nosotros también tiene un significado. Pictograma de galletas -su comida favorita- y pictograma de puzle -su juego favorito- fueron dos de los primeros que introdujimos en casa junto a los de 'agua' y 'casa'. Un paquete básico que nos ayudó a desarrollar el programa de PECS -así se llama el sistema- y nos sirvió para darle nombre a este blog.
Sin embargo, los pictogramas no sirven únicamente para llamar la atención. Con ellos se interactúa, se obliga al niño a recurrir al otro, a entregarle algo, a reconocer que necesita al otro para conseguir algo. Así empieza a entender el concepto de 'ayuda', así comienza la interacción con los padres y con otras personas (esto en una segunda fase cuando el sistema de PECS está afianzado en casa con unos patrones fijos). Y más aún.
Los pictos por sí mismo pueden significar una o muchas cosas, pero con ellos se pueden formar frases completas, se pueden incluso escribir libros como los de la editorial Kalandraka con su excepcional adaptación del cuento clásico '¿A qué sabe la luna?' que nuestro peque de tres años lee -sí, lee- de principio a fin gracias a las secuencias de pictos.
E incluso más allá. Ahora mismo estamos desarrollando la fase de petición, incluyendo los verbos y su utilización en el vocabulario. Y si en los orígenes explotamos su obsesión por comer galletas, beber agua o hacer puzles, ahora utilizamos lo que se conoce como 'tirafrases', donde el niño junta los pictos que considera para formar una frase y realizar una petición (Mamá quiero tablet es la estrella del momento).
Queda una última función, que sería la de agenda. Una sucesión de pictos con la que el niño sabe de antemano en qué consistirá su día. Desde el desayuno, colegio, vuelta a casa, comida, siesta... Pero no sólo para eso, pues la capacidad de anticipación, fundamental ahora que empieza a descubrir el mundo a pasos agigantados, nos sirve para escenarios mucho más complicados.
Antes de empezar el colegio hace poco más de un mes, en casa la maquina plastificadora echó humo durante varios días. Pictogramas con las caras y los nombres de todas sus nuevas profesoras, un pictograma de la fachada del colegio, de la puerta de entrada, del pasillo que conduce a su clase, de la puerta de su clase, de la clase propiamente dicha... Pictos del patio de recreo, del comedor... Todo realizar una labor de anticipación y que desde antes incluso del primer día de clase él supiera dónde iba, qué iba a hacer y con quién.
Claro, esa función se vuelve especialmente importante cuando nos enfrentamos a situaciones complejas. Ir al médico o a la peluquería pueden ser dos momentos de máxima tensión y la anticipación con pictos nos ha demostrado que, si bien no evitan los conflictos al 100%, al menos si ayudan a nuestro hijo a gestionar su ansiedad y sus temores de una forma más eficiente. Y eso, desde luego, no puede negarse que es todo un triunfo.