Recuerdo perfectamente el día que nuestro hijo comenzó a caminar. Qué padres que se precien no lo hacen. Apenas fueron uno pasos vacilantes, tambaleantes. De los brazos de papá a los de mamá. Un suspiro de apenas un par de metros. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad. Por desgracia no pude disfrutarlo plenamente porque debía marcharme. A la vuelta, ya entrada la noche, nuestro hijo caminaba sin parar. Siempre en el mismo camino de baldosas amarillas: una vuelta a la mesa del salón detrás de otra.
Aquello no tenía la menor importancia. Nuestro hijo caminaba. Lo hizo a los 14 meses, dentro de los tiempos normales de cualquier niño. También había sostenido el cuello, se había sentado y había gateado en tiempo y forma. Simplemente aún no hablaba. Aunque la verdad es que tampoco respondía a su nombre cuando le llamábamos ni señalaba las cosas que le interesaban ni aplaudía...
Ana comenzó a sospechar desde los nueve meses. Incluso consultó a una psicóloga buscando una opinión profesional, algo de lo que yo me enteraría meses después. Eso no quiere decir que yo no tuviera mis sospechas. Los dos pensábamos para dentro, en lugar de hablar hacia fuera. Error.
Sin entender muy bien por qué, Ana prácticamente me obligó a llevar al pequeño a una revisión cuando apenas tenía 15 meses y que incluía la supervisión de un psicólogo infantil -la Seguridad Social no realiza esta revisión, nosotros lo hicimos en una clínica privada-. Allí, después de un exámen físico que no reveló ninguna anomalía, planteamos nuestras dudas sin pronunciar en voz alta nuestras sospechas. Aquella 'doctora', llamémosla así, se limitó a agitar el cubilete con sus bolígrafos.
El niño, al tercer o cuarto intento, reaccionó, miró los bolígrafos por un segundo y siguió a lo suyo. "Nada, no le pasa nada". Nosotros, sin embargo, sabíamos que sucedía algo. Lo sabíamos, pero, como todas las personas que desconocen el TEA, que no han tenido ninguna relación con el autismo y sus derivados, simplemente preferimos hacer caso de esa frase recurrente que todos tenemos a mano para los demás: "Eso es normal. Cada niño tiene su ritmo. Yo conozco un caso que...". Segundo error.
Nosotros tuvimos suerte. Necesitábamos un empujón y nos llegó en forma de profesional. De profesional de verdad. Nuestro hijo, quién iba a pensar que tendría TEA, ha ido a una guardería desde los seis meses y fue allí donde un psicólogo infantil simplemente nos hizo dar el salto hacia la realidad que necesitábamos. "Yo no puedo daros un diagnóstico definitivo pero si fuera vosotros...".
Aquel día supimos 1) que necesitábamos ayuda profesional, 2) que como nuestro corazón nos decía allí pasaba algo, 3) que el miedo no sirve de nada y 4) lo que era el MChat.
Fue aquel psicólogo quien nos dio el hilo del que tirar. A una edad tan temprana es complicado un diagnóstico claro, concreto. Podemos estar hablando de TEA, de trastornos generales del desarrollo, de trastornos del lenguaje o quizás de ninguno de ellos ni de ningún otro. Es complicado, sobre todo con tantos miedos en nuestra cabeza, aunque hay herramientas que pueden ayudarnos. La mejor, probablemente, sea el MChat (aquí os dejamos el enlace donde lo podéis encontrar).
Son apenas 23 preguntas, bastante sencillas y todos los padres y madres podrán responderlas con facilidad. 23 preguntas que buscan un conocimiento concreto sobre seis puntos críticos: 1) ¿muestra interés por otros niños?, 2) ¿usa el dedo índice para señalar?, 3) ¿acerca objetos para enseñároslos?, 4) ¿imita?, 5) ¿responde cuando le llamáis por su nombre? y 6) ¿mira hacia donde señaláis?
Podéis hacerlo juntos y luego por separado para después cruzar resultados, pero si respondéis 'NO' a dos o más preguntas de los anteriores seis puntos críticos, las posibilidades de que vuestro hijo padezca algún tipo de trastorno es mayor que la de aquellos niños cuyas respuestas son siempre afirmativas. Y es aquí donde ya no vale negar la realidad ni nuestros propios sentimientos, es el momento de aceptar la realidad de que a vuestro hijo le puede pasar algo y acudir a los profesionales, que son quienes mejor sabrán qué hacer.
El diagnóstico lo abordaremos en el siguiente post, pero por el momento os avanzamos que en Madrid lo mejor es acudir a AMI-TEA, servicio especializado del Hospital Gregorio Marañón. Allí, entre psicólogos, psiquiatras, neurólogos y el resto del personal especializado, no sólo os tratarán de maravilla, sino que os darán todos los pasos a seguir y la mejor de las maneras para atender a vuestros hijos.