¿Recordáis esa mantita, ese chupete, esa muñeca de la que no os podíais desprender cuando erais pequeños? Pues hay personas a las que, ya en edad adulta, les sucede lo mismo pero con cosas de lo más extravagantes, convirtiéndolas incluso en objeto de deseo sexual. Hablamos de una parafilia que se conoce como “objetofilia”.

Yo misma, sin ir más lejos, a la edad de diecisiete años y durante una excursión a Florencia con unos amigos, descubrí el David de Miguel Angel. Y me quedé fulminada de amor. No puedo describirlo de otro modo. Estuve dos horas sentada frente a la estatua a sabiendas de que todos me habían abandonado, aburridos de mi repentina fijación. Nunca me ha vuelto a pasar nada semejante en relación a algo inerte. Y tampoco fue a más el asunto. No pensé en casarme con el Rey David como Eija-Riitta Berliner-Mauer, que celebró las nupcias con el muro de Berlín en una ceremonia de lo más peculiar. Tampoco sentí la necesidad de bautizarle con un sobrenombre cariñoso, tal y como hizo una tal Amanda Whitaker, que se confiesa enamorada de la Estatua de la Libertad y la llama cariñosamente Libby. Ni pretendí cambiarme de apellido, como el conocido caso de una joven militar estadounidense que se enamoró de la Torre Eiffel, se casó con ella, adoptó su apellido y protagonizó un documental sobre objetofilia que se puede ver en la red (no tiene desperdicio).

Por si no fuera suficiente, Erika Eiffel también ha creado una web para todas aquellas personas enamoradas de un objeto, en las que se incluyen recomendaciones para no acabar teniendo problemas con la justicia, como aquel al que pillaron teniendo un encuentro sexual con una bicicleta en un hostal o ese otro que terminó en el calabozo por conducta indecorosa con el pavimento (todos sabemos que hay tarimas que quitan el hipo).

¿Es posible enamorarse de un objeto?¿Es posible desearlo sexualmente? En teoría, cualquier cosa, inanimada o incluso aparentemente animada, es susceptible de recibir amor. Ni siquiera es necesario que se trate de una pasión correspondida. ¿Acaso no conocemos parejas en las que no se produce intercambio de ningún tipo entre sus miembros? ¿No son este tipo de relaciones muy frecuentes entre los seres humanos? Y si no, que se lo digan Senji Nakajima, quien harto de su esposa, vive un auténtico idilio con una muñeca sexual realista: “Ella nunca me traiciona. Estoy cansado de los humanos modernos y racionales, no tienen corazón”, afirma el japonés.

Quizá encontrar a la pareja perfecta sea sólo cuestión de suerte, como tantas otras cosas en la vida. Y mientras esperamos los giros más favorables de la ruleta de la fortuna, en el mejor de los casos nos enamorarnos de estatuas o de bicicletas o de muñecas hinchables o de nosotros mismos. Y en el peor, de personas que en el lugar del corazón tienen una piedra.