No recuerdo ya cómo era mi vida antes de que el móvil me vibrara a la altura del corazón, de la ingle o del culo, de que iluminara mis días y mis noches con un parpadeo cómplice, de enamorado. El móvil es mi compañero ideal, lo llevo a todas partes. Al baño, a la cocina, al trabajo, al cine, al teatro, a cenar y a la cama, por supuesto. Duermo a su lado y es lo primero que oigo y veo al despertar. Nunca está de mal humor, si tiene un día ruidoso lo puedo poner en modo silencio y su única demanda es la de recargarlo de vez en cuando. Qué menos. 

Somos un trío perfecto: mi móvil, mi marido y yo. O más bien, mi móvil, su móvil, mi marido y yo. Cuatro. Es decir, vivimos en una situación orgiástica continua y fabulosa. Igual que nuestros hijos adolescentes. De hecho, para no sentirnos inferiores a ellos y cabalgar la onda tecnológica, asumimos que no nos queda sino conocer todas las posibilidades que nos ofrecen nuestros celulares. Hemos entendido al fin que el móvil es el mejor juguete erótico del mercado. ¿Qué nos ofrece?

Sexting: se trata del envío de imágenes sexuales explícitas a la pareja. Tiene la virtud de despertar nuestra sensualidad sin recurrir a una película pornográfica y el defecto de acabar sufriendo un escarnio público y privado si la foto o el vídeo se reenvía a los setecientos cincuenta millones de amigos internautas. En ese caso pasaría a llamarse “porno vengativo”. Está penado por la ley, menudo consuelo.

Frexting: es la práctica mediante la cual envías a los amigos fotos que incluyen tu desnudez, pero sin ningún objetivo sexual. Los alicientes apenas van más allá de compartir una broma algo audaz y los riesgos son parecidos a los citados arriba. Se desaconseja a mayores de dieciséis que no deseen hacer el ridículo.

Aftersex: consiste en fotografiarse en pareja después del coito, toda una tendencia al alza. Según una encuesta, cinco de cada diez adultos han compartido sus selfies “after-sex” en las redes. Lady Gaga también, pero por cuestiones de beneficencia. Hay que ver lo que ha llovido desde las huchas de Cáritas.

Fitsex: he aquí la última moda en Instagram. Fieles al lema “la pareja que entrena unida, permanece unida”, y conscientes de que hacer el amor 30 minutitos quema 200 calorías de media, los atléticos amantes reproducen todas las posturas del Kamasutra en el gimnasio, como acróbatas del Circo del Sol, en una demostración impúdica de sus esculturales cuerpos. Si ya teníamos pocas ganas de entrenar, esto es lo que nos faltaba. O todo lo contrario.

Root Raters: son espacios públicos en redes sociales donde se puntúan los encuentros sexuales. El usuario puede poner nota y añadir comentarios de forma anónima. Los expertos alertan de casos de acoso y difamación a través de estas páginas. Yo, propongo un sano onanismo como alternativa.

Nutscapes: otro tipo de selfie para el cual se requiere ser varón, y si es posible, campanudo. ¿Por qué? Porque se trata de bajarse los calzoncillos frente a un paisaje espectacular, colocar el móvil entre las piernas y fotografiar los testículos con el mar, la montaña o la cúpula de San Pedro de fondo. Los pelillos a contraluz pueden herir sensibilidades. El Vaticano ya está advertido.

Y no sigo porque me vibra el móvil. Ay, qué nervios. Lo busco, lo saco del pantalón, lo tomo con ternura. Aletean en mi vientre las mariposas. Se humedecen mis labios, mis pupilas se dilatan. Lo miro arrobada. Lo estrecho más fuerte. Poso mi dedo en su tecla. Se enciende. Estoy a punto de tener un orgasmo. ¿Qué será, será?