Hay algunas gentes que juegan a pervertir, en ciertos lugares, el orden habitual de las cosas. De vez en cuando, el resultado tiene algo de esperanzador, sobre todo cuando esos juegos incorporan elementos revolucionarios, novedosos y, sin duda, algo pícaros que acaban por lograr que el personal, aburrido ya de todo, vuelva a sentir curiosidad por sí mismo. Y lo que es aún más interesante, por el prójimo. Después de un curso entero de trabajo y compromisos de todo tipo, podemos concedernos unos días inolvidables en algunos de estos parajes que suelen ser hermosos y sorprendentes. Y en los que la ropa no está del todo bien vista.

Para tranquilidad de los que quieran organizar unas vacaciones sin problemas con la justicia, el nudismo es legal desde el año 1978 en los espacios públicos españoles, tales como playas, ríos, lagos, campos, caminos, carreteras, calles, plazas y parques. No lo es en polideportivos o locales comerciales abiertos al público, donde se reservan el derecho de admisión. Según la legislación actual, el nudismo no puede ser sancionado a menos que no exista un “exhibicionismo y una provocación sexual”. Es decir, que si a usted, ahora mismo, le entran unas ganas locas de pasearse por la Gran Vía en cueros, teóricamente no debe de tener problema alguno, a menos que no quiera tomarse un piscolabis en un bar.

Esto mismo sucede en Francia desde los años 60, cuando proliferó el turismo naturista como una alternativa la mar de hippy a las tediosas vacaciones de sombrilla, tumbona y tupper con los niños y la suegra. Uno de los sitios más conocidos para peregrinos del naturismo es sin duda Cap D'Adge, que da nombre a una bonita ciudad costera y a su extensa playa, ubicada en el sur del país vecino, junto al Rosellón. Para entrar en el village, y dado que ésta es una zona protegida, se impone el pago de una entrada, lo cual significa que si llega usted al atardecer, no podrá acceder al recinto. Una vez superado este escollo, y el subsiguiente de encontrar aparcamiento para su vehículo, déjese sorprender por un mundo en el que se juega in contrario motu.

Verá a una pareja de señores mayores que pasean a su perro desnudos. Como si tal cosa. Y a otra de recién casados que cenan a la luz de las velas. También desnudos (allí sí se permite de un modo expreso visitar todos los locales sin prenda alguna). Y a una familia comprando en el supermercado con pamelas y gorras como único atuendo. Y a un grupo de jóvenes que hacen cola para entrar en la discoteca de moda tapándolo todo, menos los pechos y los genitales. Y lo que es mejor: todos tan contentos.

Alguno (o muchos) se preguntarán: esto de ir desvestidos, ¿tiene necesariamente una implicación sexual? Sí y no. La tiene, desde luego, para quienes así lo deseen, sin mayor disimulo. De hecho, la playa de Cap D'Adge está dividida en dos áreas: la primera, destinada a las familias nudistas, y la segunda, a gentes de todo tipo y condición a quienes les gusta expresarse sexualmente de un modo libre y público en cualquiera de sus formas: intercambio de parejas, sexo en grupo, onanismo, sadomasoquismo...

Así es que el paisaje resulta de lo más variopinto, a pesar de que se paseen policías a caballo que se limitan a reponer, una y otra vez, los carteles en los que se conmina a no practicar felaciones a la vista si no se quieren pagar 600 euros de multa.

¿Y por la noche? Por la noche uno puede quedarse en casa viendo la tele, limitarse a ver desfilar a los excéntricos habitantes por el paseo marítimo o lanzarse a los locales swingers y ver qué pasa. En cualquiera de los casos, tendrá algo que contar a la vuelta de las vacaciones. Si se atreve, claro.