Atraído por el titular tan estrecho “Amar a los toros es amar España” he leído con atención el discurso pronunciado por la infanta Elena buscando el hilo de palabras que me llevara a él. No ha sido una sorpresa descubrir que ese titular es la interpretación de un extracto de lo que realmente dijo. “Amarlo [el espectáculo de la tauromaquia] es, sin duda, amar en una de sus muchas y riquísimas facetas a esta España donde todos cabemos en enriquecedora convivencia, asentada en el respeto mutuo”, leyó la infanta. Doña Elena habló tras recoger un premio en representación de toda la afición en una gala organizada por el diario Abc. La paradoja es que no hay nada que divida más que la monarquía, a pesar de los intentos de convertir a la casa real en la casa de todos, disfrazados los reyes de influencers que han tenido muchísimo éxito. La elección de la Infanta es indiscutible desde el punto de vista empresarial. Lo agradecen sus lectores, cierta parte de la industria agarrada a las instituciones y mantiene la ficción de patria y toros, cavando algo más la trinchera preferida por los antitaurinos. En la ideología hay nicho. De eso viven los moeckels.

La delimitación de las fronteras del toreo va en contra del argumentario que se está construyendo. Parecen no saberlo en la histórica cabecera. En un contexto político de división por culpa del órdago nacionalista habría que aprovechar cualquier evento para potenciar la función integradora del toreo, que existe en otras expresiones artísticas o culturales. Nadie hipoteca así a la pintura o la ópera, mucho menos sus partidarios o la prensa cercana a la industria. Hubiera sido perfecto alimentar la línea editorial del diario utilizando esa facultad vertebradora reuniendo a las mismas personalidades. El premio, la excusa legítima para agasajar a Elena, estaba concebido en torno al personaje. Una combinación de defensa (del toreo) y homenaje (a la premiada ) de lo más ridícula. Sabina hizo lo mismo cuando diseñó el cartel de Olivenza hace un año y la Fundación Toro de Lidia sigue esa estrategia absurda en las redes sociales cuando muestra uno a uno todos los famosos que han acudido alguna vez a alguna plaza como si eso legitimara la muerte del toro. Las listas no tienen sentido por concepto: se acaban. Y desvían el debate hacia los nombres. Es sospechoso recurrir siempre a las negritas. ¿Picasso o Pío Baroja? ¿La Infanta o la Reina Letizia?

La bien intencionada Infanta se equivocó al equiparar la afición a los toros por el amor a “esta España”. O al menos sus guionistas. Si ni siquiera los españoles aficionados a los toros están obligados a querer al país, tampoco un francés, un colombiano o un japonés. En ese concepto de tauromaquia no caben todos los clientes potenciales. A Abc lo de esta España tampoco le ha gustado y lo sustituyó por España, a secas, buscando el monolito sobre la cargante estética guiri. El autodenominado “periódico de los toros” tiene todavía, por lo visto, una interpretación inerte de la tauromaquia, echándole cacahuetes en el zoológico de la patria. Tanto amor destruye.