Supongo que al indulto de Orgullito en Sevilla no llegué preparado. Sucedió una cosa extraña: fui el espectador de algo distinto a lo que ocurría en el albero, un visitante externo, como si me hubieran sacado de allí y estuviera viendo la faena a una distancia sideral. Nunca me había pasado esto en vivo, estando en la plaza, sin el filtro de la pantalla. Escribir ese día fue dificilísimo. No era cuestión de estar a la altura del momento: se había indultado un toro en Sevilla ­–¡se había indultado un toro en Sevilla!– y apenas tenía nada que decir a parte de que Orgullito era fantástico, un toro para llevárselo, y El Juli había estado muy bien; mucho más que muy bien por el efecto que tuvo entre la gente; transcendental. El inicio de faena al segundo me pareció más potente que algunos pasajes con el indeleble quinto.

Imaginé que podía pasar. Las dos orejas anteriores habían dejado al público extasiado y cuando Juli cogió la muleta otra vez había una inercia exótica que jamás presencié antes en la Maestranza. Ni siquiera el domingo de Resurrección hace cinco años. O con Manzanares, en los días de frenesí. Siguieron muchos muletazos perfectos luego. A la tercera tanda algunos pitaban y sacudían los pañuelos. La única serie que tengo en el recuerdo convenció al resto de la plaza, contagiada de la fuerza del Juli, que bajó la mano derecha una cuarta más con cinco o seis muletazos estrujando la embestida. Sin rematar, salió de la cara a tomar aire, rompiendo entre las aguas conmovidas del público.

Me senté en la sala de prensa con la crónica del año cayendo a cuenta gotas. Acababa de ocurrir el suceso taurino de la temporada, a las puertas de San Isidro, protagonizado por un torero descartado hasta el último momento por la empresa de Madrid, frente a Enrique Ponce después de la jugada de Las Fallas y en su 20 aniversario de alternativa con su ganadería predilecta. Entendía que se cerraba algo, abriendo una nueva perspectiva, más o menos. Más que un golpe en la mesa. Aquello iba a marcar la temporada y allí estaba, incapaz de ligar tres frases redondas.

Varias semanas después casi no se habla de lo que sucedió. El acontecimiento se ha diluido con el lenguaje. “El indulto de Juli”, “la faena de Juli”, “la tarde del Juli”. El perdón para Orgullito llegó con las pasiones desbordadas, como si no hubiera más diques para lo extraordinario. El reglamento lo prevé con el rabo. El Juli paseó dos orejas simbólicas y ahora parece que lo de aquella tarde fue sólo otra inspiradísima obra del matador en una feria importante completando el rutinario dietario de triunfos. Un rabo en diferido. Pasó igual con Arrojado. A Orgullito le tocó El Juli. Esa parece que fue su no-suerte. Es extraño.