Estar este jueves en La Maestranza fue un milagro. Según el servicio de comunicación de la empresa no había hueco -"no hay espacio"- para un medio generalista como EL ESPAÑOL. La acreditación pedida desde finales de marzo, el primer e-mail negativo un viernes a deshora algunas semanas después y los tonos en el teléfono ausente de José Enrique Moreno confirmaron el extraño caso de Pagés: subir los precios a la afición, como bien explicó Taurología, y no encontrar hueco para que algunos periodistas hagan su trabajo. Reyes de la sutileza. "¡No vengáis!", ahogan un grito. Quieren a toda costa dejar de dar toros y no saben cómo. La empresa lleva décadas planteándolo y ahora ya se les ha sumado su gabinete de comunicación. Alguien debería acceder al ruego, liberarlos del marrón. Luego ocurre que hay tardes de no hay billetes y los que venimos a trabajar acabamos buscándonos la vida para hacerlo sin pagar. O salta el milagro. Gracias, jefe. La Maestranza es como esa mujer guapísima que sale con un idiota; peor: un torpe.
La solución: "dos o tres entradas sueltas". Las terribles migajas, la palmada en el hombro, el favor no pedido. Ah, la televisión. Hacer una feria a través de la tv es mirar a una pecera, artificial, profilactico, guiado, un paquetito. Periodismo es estar en los sitios. "Le comunicamos que podemos atenderle los días 29 de abril y 6 de mayo", decía, telegráfico, su último mail. Necesito el B1 de mal empresario.