El viernes se presentó en Las Ventas el mano a mano entre Juan Mora y Antonio Ferrera, que torearán el próximo 7 de septiembre en Melilla. La cita, imprescindible para cualquier aficionado, se anunció con una carga espectacular de sentimentalismo, como si así fuese menos evidente el objetivo de reunir a prensa y público en una misma sala. El discurso del periodista y matador de toros Juan Ramón Romero, encargado de dirigir el acto, rodeó continuamente los sustantivos “corazón”, “alma”, “artistas” o “espíritu”, creando a su derecha un trending topic imaginario con los conceptos subiendo y bajando posiciones automáticamente, espesando su discurso con buenas intenciones, jardines románticos, unicornios y arcoíris. Aclaró que nada de aquello estaba pensado desde un punto de vista comercial. La tauromaquia indie, sin embargo, cuenta con el problema de la asistencia, algo que intentan solucionar desde el momento en el que el Ayuntamiento de Melilla planifica un viaje hasta Madrid para convencer a alguien de tomar el avión de vuelta con ellos. “Se tarda 45 minutos”, comentaron, por si no había suficiente información.

La tauromaquia está en la encrucijada de lo cursi. Las redes sociales son un vastísimo campo plagado de expresiones bochornosas, frases tan lamentablemente afectadas que el autor las entrecomilla para tomar distancia, novilleros y matadores mirándose al espejo y profesionales de la comunicación adictos al chorromoco de los sentimientos. Manoseada, la solidaridad se ha gastado. Es el gimnasio del ego, la insomne garita –qué risas– de la corrección. Suena una alarma y allí están los hastags, curando cánceres. Incluso se ha utilizado a niños enfermos como fotocol de un sector acomplejado, que adquiere por observación las manías del animalismo aplicándolas a determinadas personas, obligadas a recibir algo, a las que sólo puede salvar un sintagma, el tuyo. No hay nada más humillante que ver en cada desgracia una oportunidad, en la muerte una ocupación.

Lamentablemente la de Iván Fandiño ahora y la de Víctor Barrio hace un año, además del lógico impacto sobre la afición, tan afligida, ha provocado la creación de un ecosistema coelho insoportable. La muerte en el ruedo de dos hombres jóvenes debería apuntalar el sistema de valores del toreo, no tambalearlo con este terremoto de la impostación. La imagen de un matador de toros vagando por el ruedo de Las Ventas solo, compungido, con aire pensativo, al finalizar la misa por el recuerdo de Fandiño, vacía ya la plaza, es el último ejemplo de un año fértil en este tipo de situaciones. ¿Quién demonios ha escrito el guión? ¿Carlos Ruiz Zafón?

En la Sala Bienvenida hubo una panorámica de esto. Muchos filtros y muchas etiquetas. El lado conmovedor de la tauromaquia, atractivo, que vive una inflación. Juan Mora habló con esa cadencia suya, medida. “No todo en la vida es produsig”, dijo, imitando a Simón Casas. Pasó desapercibido ese intento de reabrir la polémica, estrategia fallida. Señaló que intentaría torear como Ferrera, aunque lo veía “imposible”. Se fundieron en un abrazo. Algunos aplaudieron en pie. Ferrera, el torero más interesante del año, que ha recuperado esa figura intermedia entre las figuras y los últimos, ahogada por las ferias cortas y el público, se emocionó, recordó cuando vio a Juan Mora siendo un niño y volvieron a abrazarse. A Juan Ramón Romero le brillaban los ojos. Un momento felicísimo aquel. El empresario dio las gracias no se sabe muy bien por qué y el representante de la ciudad africana, hecho que se preocuparon de recordar cada tres frases, no sé si esa asimilación ocurrirá siempre, lo observaba todo mientras echaba números, desenterrando bajo esa tonelada sentimental la parte práctica en un intento de vender hasta la última entrada, que era a lo que habían ido.