Las imágenes de la masa constitucional avanzando por Barcelona dan envidia. Sólo una semana después del rídiculo referéndum hubo capacidad para articular una respuesta vitalista, o al menos desacomplejada, a esta vorágine de estupidez que consume Cataluña.
La prohibición de los toros en esa comunidad, representada toda la acción en la capital, provocó, sin embargo, el vacío. Un extraño silencio equidistante trazado por los políticos y los propietarios y empresarios de la plaza de toros. Fue la primera meta volante y a nadie le importó.
El Partido Popular lo vio claro y ocupó el lugar liberado por el resto de partidos, que es la desgracia principal de los toros y de muchas otras cosas en este país. El PP planta su bandera en los espacios en blanco y ya no hay vuelta atrás: quedan señalados por lagente. La traición del PSOE es histórica. Supongo que cuando todo acabe Carmen Calvo será la Borrell de la tauromaquia y se dirán cosas amables de ella, tan callada y quietecita ahora en su barrera.
Ahí quedó botando la oportunidad política. Rajoy, sin embargo, dio el pase atrás, alargando la posesión de la sentencia del Tribunal Constitucional que inhabilitaba la prohibición. Los que manejan las fuentes decían que estaba guardada en un cajón. Si es así, debió ser la obra fundacional de los célebres tiempos de Mariano. Fueron años difíciles con todo el mundo observando ese cajón, hablando del cajón. El Gobierno tiró el penalti por fin y el balón entró mansito y entrañable cuando el equipo contrario llevaba ya cinco años en la duchas. Ni siquiera Matilla levantó los brazos oliendo el dinero de una reapertura, su zanahoria, agazapado detrás del miedo de Balañá por recuperar los toros en la Monumental y poner así en riesgo el resto de sus negocios, supuestamente marcados por los nacionalistas. "Es que los cines...".
Ese era el rumor esparcido por los que manejan las fuentes, decía, porque el periodismo taurino funciona al revés: no se publica lo que se sabe. (Se comenta si a caso creando un cotilleo de cualquier información. A mí me gusta ver esas situaciones en las que los periodistas se dicen lo que saben los unos a los otros). La prensa radiografió el proceso, el debate, las enmiendas, la ley que se aprobó, los portales se desgañitaron, creo que se hicieron pulseras, y los espasmos fueron cada vez menos frecuentes hasta que el tiempo afianzó la resignación. Albendea campó a sus anchas con el olor a cerrado de los taurinos y sus viejos argumentos.
El sector, desarticulado, se vio sobrepasado por la primera ola del nacionalismo. El fracaso fue enorme, sólo perceptible con el paso del tiempo. La culpa no la puede tener sólo el tumor oficial de los taurinos. Nadie estuvo a la altura. Todos miraron para otro lado dejando sola a Barcelona. Los dos llenazos de los últimos días estuvieron provocados por la indignación. Matilla se hizo un poco más rico moldeando la rabia. No hubo ni una sola movilización que agrupara a los aficionados, a los profesionales, en las calles. La respuesta fue patética y el miedo al ridículo no es excusa: una manifestación de diez vale igual que otra de 900.000 en democracia.
La defensa de Barcelona no existió, se dejó caer ese lastre. Quedaba Sevilla, Madrid, Bilbao. No queda nada. Es vergonzoso cómo se ha apartado el vómito catalán, síntoma de todos los problemas acumulados. Imperdonable, incluso si en esta nueva agitación se encontrara la vía para volver, ya da igual. Los aficionados catalanes viven en las catacumbas esperando una llamada. Hasta ahora, la única que han recibido avisaba de que se hace tarde, que hay que pagar una cuota para salvar esto. "¿El qué?".