A las 8.49 de la mañana estaba viendo en un vídeo a Morante de la Puebla explicar a los alumnos de la nueva escuela taurina de Madrid la naturalidad. Bastaba para comenzar a esperar apaciblemente el final de la jornada. Suficiente por hoy.

Se estaba explicando a sí mismo. Morante de la Puebla ha cambiado tanto desde que tomó la alternativa -este año celebra el 28 de junio veinte años- que puesta en perspectiva su trayectoria parece como si se hubiera desdoblado en dos toreros diferentes. Dos momentos como epicentro de cada época: la Puerta del Príncipe de 1999, hace exactamente 18 años, puro pellizco, y las dos orejas en Sevilla el año pasado relajado total. En medio, aquella tarde en 2005 en Espartinasla de 2009 con el verde y azabache de nuevo en La Maestranza, la sublimación del toreo a la verónica en Las Ventas o la revolución de México este invierno. También el capricho de Jerez y esas verónicas sin somier, suaves y agradables como un futón.

Me cuesta decidir con cuál me quedo -la vida es preferir- y es una reflexión recurrente cuando hablo de toros en la intimidad. Hay personas con las que se habla de toros y otras con las que se chanela. Chanelar de toros se hace siempre en la intimidad. Ocurre normalmente en Córdoba y siempre hay alguien que suelta la incómoda pregunta: "¿Con qué Morante os quedáis?".

Él, sobre el ruedo de Las Ventas, con las gafas de sol, alternando capote y muleta para ilustrar algunos movimientos, rodeado por los chavales de la escuela -hay que llamarlos más chavales porque es la única forma de señalar lo que son: niños que sacrifican su juventud por cumplir un sueño- se describía. "Cuando empecé de novillero metía más los riñones", y se encaja. ¡Morante encajado! Aquella cintura, tanto aroma en los remates, pequeñas explosiones al final de cada tanda, la gracia, el toreo de Sevilla. El sucesor con valor. Las cositas a ese toro con cristales y bragao de Guadalest. Los naturales de porcelana. Los derechazos juncales.

Ahora es diferente. "Hay que echar el pecho y torearlo viéndolo pasar desde arriba, que es como se domina". El pecho ofrecido, la chaquetilla sin golpes abierta como en un abrazo, enorme. El cuerpo también es diferente. Desplegado, como una vela sin crispación, toreando con todo, leve y profundo. Aniquila la incógnita que mantiene en vilo al toreo: el cuerpo. La tumba de la afectación, traspasando la barrera del abandono, ese concepto kitsch que tantas luxaciones de hombro y esguinces cervicales ha provocado en la Historia del toreo.

Escucharle hablar de esa metamorfosis me parece un lujo, de verdad. El vídeo de Plaza 1 arranca con un consejo fundamental a los alumnos: "Hay que provocar algo. Algo, algo, algo distinto, pero algo. Hay que pensar", mueve los brazos bordeando la idea. "Algo", dice rozándose un dedo con otro. Todos lo miran, los trastos recogidos, él habla casi susurrando. La transcripción es difícil. "[...] Distintos, si no seréis unos iguales... que se quedarán en la mediocridad", se aprieta con la última palabra. "Sed valientes". Casi nada.

Eso lo ha conseguido, aunque algunas tardes dé hasta coraje verlo, sobre todo en estos últimos meses. Admirado y odiado, es su botín. La personalidad. Esa forma de torear. Quizá explique la soledad del camino que ha transitado durante dos décadas. Tanto tiempo después, se acerca una pregunta terrible para el aficionado. ¿Y después, qué? Una vía muerta.