En la revista jurídica de La Liga he leído un artículo en el que se describe la influencia de la tauromaquia sobre el fútbol. O al menos cómo parte de su esencia está dentro del deporte, tanto en algunas formas del léxico -no sabía que se utilizaba así en el campo- como en la filosofía que sostiene el juego, sobre todo en esto. El autor, José Ramón Fernández García, divide el texto en de poder a poder, colocación, geométricamente perfecto, engaño y ritualidad, añadiendo un bis con el pegapases.

Sólo venía a decir que su lectura ha sido un ejercicio terrible de presente-futuro precisamente después de lo que pasó este lunes en la Universidad de Salamanca. Convivimos con tantos hechos aislados repartidos por todo el país que ya constituyen un fenómeno, el guión, parece, del final. Algo pasa mientras se llenan las plazas y se crean exitosas entidades en un estertor radiante. Fernández García convierte la explicación en un ejercicio arqueológico, desenterrando a este espectáculo bajo toneladas de indiferencia, señalando en su exposición la ternísima foto en sepia.

Su redacción no esconde ninguna pose. Es tan natural que realmente el barco cruje bajo nuestros pies. Hay cosas en el artículo que están mal, otras inexactas, y precisamente eso le da el aire de postauromaquia que tiene a pesar de que habla de ella en presente y advierte sobre la sociedad analgésica que intenta apartarla. Lo he visto claro: dentro de poco -ya- alguien rescatará aquello que se hacía en las plazas de toros para hablar sobre su influencia en la vida cotidiana, en otras actividades, de un modo lejano, errático y amable y será precisamente ahí cuando el resto de gente haya girado aquella esquina que está a punto de girar el último grupo, justo ahora.