Traicionaré la promesa por este párrafo de Matteo Meschiari, escritor y antropólogo, en Uominietori: “Ancora una volta cioè è troppo facile proiettare nella corrida quello che abbiamo personalmente bisogno di leggere in essa. Ma la corrida, lo mostra la sua evoluzione concettuale e filosofica nei secoli, è un contenitore vuoto pronto all’uso. Fortunatamente ci sono artisti che ci aiutano a pensare di più. Possibilmente più a fondo”. El traductor no queda tan lejos.

Los diez o quince años en los que se han ondeado frenéticamente picassos y lorcas no han servido para nada. No han frenado la prohibición de Barcelona, los insultos a los muertos o las escaramuzas antitaurinas en las puertas de las plazas. Ni siquiera pintan ya nada en un cartel. Esa trinchera está derruida. Es una lástima haberlo convertido en trinchera.

El animalismo sostenido por argumentos flácidos –“¿y qué?”- puede anular estas figuras igual que se ha anulado a Kevin Spacey como actor por su comportamiento como persona. Alguien puede dibujar una distopía de cuadros y libros destruidos por apología de la tauromaquia: no parece tan lejano. La distopía contraria es la Edad de Oro del toreo, que no volverá, una utopía para los aficionados. La balanza pesa más al otro lado.

Los artistas, gastados, manoseados, convertidos, pobres, en tópicos, tienen otro encaje más apropiado. “Hay que preguntarse porqué se han acercado”, señala Agustín Díaz Yanes en una entrevista que saldrá publicada este sábado. Sólo su cercanía da cierta profundidad estética y filosófica. “Che ci aiutano a pensare di più”, acierta Meschiari para su reinserción en el debate. “Fortunatamente”, claro. Hay que celebrar la estela de creaciones que deja una corrida de toros. Pocas expresiones son tan fértiles extinguidas. En ese patrimonio hay respuestas, no antorchas. La enumeración recitada por Albendea en los días oscuros como argumento tampoco es efectiva porque la lista se acaba y queda el vacío. Es sospechosa. Situarse en frente para observar esa producción puede ser una solución. Detrás, ya está comprobado, no hay nada.