La primera vez que cubrí un torneo de tenis en directo acabé desbordado e impresionado a partes iguales. De aquello hace seis años y hoy ya no me ocurre ni lo primero ni tampoco lo segundo. La (poca) experiencia que he ido adquiriendo me ha enseñado a tomarme las cosas con algo más de calma (también poca, la verdad). Un buen amigo me repite siempre que no voy a llegar a los 35 años por esa hiperactividad crónica, pero lo llevo como puedo, cruzando los dedos para que esté equivocado.



La tolerancia a lo nuevo se va obteniendo cuando vuelves temporada tras temporada al mismo lugar (ya no te quedas embobado con cualquier cosa). Aunque París sigue siendo París y la tierra batida de Roland Garros todavía me roba miradas hipnóticas, como no podía ser de otra forma por toda la tradición e historia que se ha construido sobre ella. Estar aquí, como en Melbourne, Londres, Nueva York o cualquier otra ciudad durante un gran torneo de tenis, es una suerte y también un privilegio. Pero la realidad es que cada año se vuelve más complicado.



Son tiempos difíciles y la solución no parece sencilla. Internet, esa arma de doble filo que tanto nos ha ayudado, ha provocado que cualquiera pueda informar como si estuviese cubriendo la información en el lugar de los hechos. Por ejemplo, las transcripciones de las ruedas de prensa, uno de las joyas más apreciadas por los periodistas de tenis desplazados, llegan ahora (por una u otra vía) a toda la prensa que no está cubriendo el torneo in situ. Eso resta un tremendo valor al trabajo de los que estamos aquí. Sí, obviamente las preguntas las hacemos nosotros y eso nos permite marcar la agenda, pero no es demasiado justo que el resto pueda tener acceso de forma inmediata a lo que dicen los protagonistas.



Además, Twitter se encarga de ponerle fecha de caducidad a esas reacciones de los jugadores. La pelea por la inmediatez ha llegado a extremos ridículos. Las cuentas oficiales de los propios torneos se encargan muchas veces de replicar lo que dicen los tenistas segundos después de que ocurra, torpedeando el trabajo de los medios enviados. Y no vale de nada quejarse, está comprobado.



Los entrenamientos se pueden seguir por streaming, a través de YouTube, mientras que a nosotros muchas veces no nos dejan pasar a verlos (puede sonar cómico, pero es real). Llevamos tiempo luchando por conseguir algo más, el acceso a un contenido diferencial que justifique el desplazamiento, lo que llamamos un valor añadido. Cada vez viaja menos gente y muchos aseguran que en el futuro será una excepción.



Y, sin embargo, el valor añadido de viajar sigue haciendo que merezca la pena. ¿Por qué? Valgan un par de ejemplos de este recién nacido Roland Garros para intentar responder a la pregunta. Desde casa no podríamos haber hablado con 15 franceses para intentar explicar junto a Alexandra Gil en un reportaje que pueden ver hoy en la web por qué en el país galo no odian a Rafael Nadal, aunque en España tengamos esa errónea creencia. Igualmente, alguien podría haberme contado cómo eran los fuertes controles de seguridad que la organización del torneo ha puesto en marcha para esta edición, en permanente alerta después de los atentados del 13 de noviembre, pero la experiencia cambia completamente cuando eres tú el que ve policías armados caminando con cara de pocos amigos antes de ser cacheado de arriba a abajo.



Hay cosas que Internet no puede ofrecer y así seguirá siendo, por mucho que pase el tiempo. Las cenas con el resto de enviados especiales (el domingo nos juntamos dos españoles, una francesa, una egipcia y un estadounidense, y no es el principio de un chiste malo) acaban siendo siempre un intercambio de historias interesantes. Aunque habitualmente la mayoría no pueden ser contadas, sirven para entender el contexto de muchas situaciones y para encarar de otra forma el enfoque de una historia.

El acceso a la zona de jugadores, el lugar adecuado para recoger impresiones directas de los entornos de los tenistas (entrenadores, agentes, jefes de prensa e incluso familiares) es otra baza que bien explotada puede dar mucho juego para construir temas propios. Muchas veces pasamos horas haciendo guardia allí, pero todo tiene su recompensa.



También las entrevistas, que se han convertido en una misión casi imposible (al menos individuales). Hay jefes de prensa que se han tomado muy en serio su trabajo de apartar al jugador de la prensa, pero ese es otro tema del que podemos hablar más adelante.



El valor añadido, en conclusión, también es ver tenis en directo. Digan lo que digan, un partido no se ve igual por televisión: el sonido de la grada, el ruido de la pelota al salir de la raqueta, los movimientos de los jugadores, sus palabras (de ánimo y de rabia), la altura y los efectos de la bola… todo eso acaba marcando la diferencia.