“Este año he pasado algunas noches sin dormir. Si soy honesta, ha sido por un montón de cosas. Estuve muy cerca, pude sentirlo y al final no llegó. Mi objetivo es ganar al menos un grande cada temporada. Estaba sucumbiendo a la presión. Es cierto que yo me impongo a mí misma esa presión, pero he sentido muchísima”. La confesión lleva la firma de Serena Williams y tiene lugar justo después de ganar Wimbledon por séptima ocasión en su carrera, empatando el récord de Steffi Graf (22 títulos de Grand Slam) y poniendo fin a una tortura prolongada casi una temporada completa.

Serena llegó el año pasado a Nueva York en una posición envidiable. Tras ganar los tres grandes previos (Abierto de Australia, Roland Garros y Wimbledon), la estadounidense aterrizó en Flushing Meadows con la historia a tiro y por partida doble: un triunfo le permitiría igualar a Graf y completar el Grand Slam el mismo año, una auténtica barbaridad. Todo el mundo, sin embargo, daba por hecho que Williams saldría a hombros del Abierto de los Estados Unidos, con la leyenda a sus pies. Esa oportunidad no se le iba a escapar, seguro. El público reaccionó en masa: las entradas para la final femenina se agotaron mucho antes que la masculina. Lógico, nadie quería perderse la ocasión de ver historia conjugándose en presente.

Así, la número uno fue gestionando la presión como pudo, hasta que explotó en semifinales. Roberta Vinci consiguió una victoria que posiblemente no esperaba y eso lo demuestra que reservase un vuelo para volver a Italia al día siguiente. Entonces, tras abandonar Nueva York con una herida bien profunda, Serena se aisló: no volvió a jugar en toda la temporada, renunciando a la Copa de Maestras de Singapur, y reapareció en Melbourne a principios de 2016. Lo que pasó por su cabeza en aquellos meses apartada de las pistas se desconoce, pero tuvo que ser una pelea mental encarnizada.

El fantasma de Graf apareció de nuevo en el Abierto de Australia, donde Williams fue avanzando hasta que cayó en la final con una Kerber imperial. Colocada por segundo torneo consecutivo en una posición fabulosa para igualar a la legendaria alemana, la número uno tembló, dudó y fracasó. Igual o peor que en Roland Garros, donde se abrió paso a trompicones para perder el título con Garbiñe Muguruza y decir adiós a Graf por tercera vez seguida. Su llegada a Wimbledon marcó un punto de inflexión, como confirmó al conseguir desbloquear el problema que había sufrido durante casi 12 meses.

“Me di cuenta de que debía empezar a pensar en positivo”, reconoció Serena sonriendo. “Cuando hago eso soy bastante buena. Así empecé a jugar un mejor”, siguió. “La emoción de haber conseguido 22 grandes, de finalmente ser capaz de igualar la historia… es bastante impresionante y un gran alivio. Voy a disfrutar de esto como merece”.

Por ahora, no más noches en vela para Serena.