“¿Crees que ha sido la última vez que has estado en la pista central de Wimbledon? ¿Estás seguro de que volverás el año que viene?”. Casi sin tiempo para digerir la dolorosa derrota ante Milos Raonic en una semifinal que tenía controlada, Roger Federer se encontró frente a su realidad habitual, un día a día que florece con cada nuevo tropiezo. A un mes de cumplir los 35 años, que al suizo le pregunten sobre su retirada es tan habitual como una puesta de sol.
“He tenido la suerte de jugar todos mis partidos en la pista central y era una forma de agradecer el apoyo del público durante el torneo”, explicó el suizo sobre su emotiva despedida del torneo. “Eso es lo que ha pasado. Solo para que quede claro, espero estar de vuelta en esta pista”, prosiguió el número tres mundial, serio en su discurso. “Una vez estando en el torneo es un sueño poder ganar mi octavo título aquí, pero no es la única razón por la que sigo jugando al tenis, quiero ser de nuevo claro. No me voy a ir al congelador ahora para salir el año próximo antes de Wimbledon. Es un torneo importante, pero no lo es todo. Hay muchas otras cosas que me gustaría conseguir además del título Wimbledon”.
Algo es evidente. Pese a que Federer ha combatido las canas con buen tenis, procurándose ocasiones para pelear por más torneos del Grand Slam (Wimbledon 2014 y 2015 y Abierto de los Estados Unidos 2015, perdidas las tres finales contra Novak Djokovic), cada oportunidad perdida es una losa que pesa tres veces más que las anteriores porque el tiempo no perdona a nadie, por muy bien que le pegue a pelota.
Con el último grande del año aún por jugarse en Nueva York, al que el suizo llegará después de haber soplado las velas de su 35 cumpleaños, cada vez parece más difícil que consiga estirar su leyenda ganando otro Grand Slam, que elevaría la cifra a 18 (desde 2012 no consigue uno). Federer, en cualquier caso, ya ha demostrado otras veces que para él no hay imposibles.