No hace falta aterrizar en Wimbledon para darse cuenta de que es un torneo especial, fuera de lo común, distinto a cualquier otro. Más allá de lo que cualquiera puede ver (el código de color que obliga a los jugadores a vestir de blanco, las pistas sin publicidad o la tradición que se respira incluso viéndolo por televisión), hay cosas que afectan directamente a nuestro mundo (el periodístico) que son tan llamativas como desconocidas.
La primera señal llega meses antes. Toda la documentación necesaria para realizar el proceso de acreditación se recibe y se envía por correo postal. Sí, por correo postal (seguimos en 2016, no hemos retrocedido drásticamente en el tiempo).
En plena era digital, donde las gestiones de ese tipo se realizan con facilidad a través de Internet, el tercer Grand Slam de la temporada sigue inamovible, como si el tiempo no hubiese pasado entre sus paredes cargadas de historia. Wimbledon es posiblemente el torneo más exigente a la hora de aceptar las acreditaciones y eso está genial, distinguir entre profesionales que vienen a trabajar y otros que no se sabe muy bien a qué vienen (ni para quién trabajan).
La primera vez que vine aquí, sin embargo, me encontré con una palabra en mi acreditación que me dejó fuera de juego. Rover. ¿Rover? Sí, Rover. En castellano significa vagabundo y es la forma que usan los británicos para decirte que no tienes sitio asegurado en su impresionante pista central.
Hace falta una trabajada antigüedad de tu medio de comunicación cubriendo el torneo (más de 10 años) para conseguir que Rover pase a ser un Centre Court (9 days), lo que significa que tienes asiento durante los primeros nueve días del torneo. Nadie sabe muy bien cuánto tiempo debe pasar para lograr el ansiado Centre Court (sin acotaciones entre paréntesis), que da derecho a una butaca en la pista más emblemática del mundo. Cuenta la leyenda que sin canas es imposible, prometo contarlo si me llega el momento.
Es cierto que lo de Rover luego queda en una anécdota. Nunca me he quedado sin ver un partido de la pista central desde que vengo a Wimbledon (al resto de canchas se accede sin problemas). Normalmente, la grada de prensa no se llena por completo hasta las rondas finales y cuando ocurre la organización habilita unos asientos al lado para que ningún periodista se quede en la sala de prensa, pero no deja de ser reseñable.
Rover no es la única particularidad de la acreditación. Los jugadores entrenan en Aorangi Park, un complejo de pistas que está dentro de Wimbledon (a unos minutos del corazón del torneo). Como la hierba es una superficie que se desgasta con facilidad, la organización pone a disposición todas esas pistas que no son de competición, destinadas únicamente a los entrenamientos.
Como contamos aquí durante Roland Garros, el factor diferencial de viajar y cubrir un evento en directo (en este caso de tenis) se potencia ahí, viendo a los jugadores en lugares imposibles de explorar desde la silla de una oficina. Y aquí también hay truco.
Si no formas parte de la ITWA (International Tennis Writers Asociation), otro día contaremos qué es y cómo se accede, tienes 45 minutos de reloj para estar en Aorangi y también en la zona de jugadores. El proceso es sencillo: acudes al mostrador de prensa, solicitas permiso para ir allí y te entregan otra acreditación. A la vez, anotan la hora y tu número de teléfono.
Si no has vuelto cuando pasan los 45 minutos, suena tu teléfono invitándote a regresar. Ya puedes estar hablando con el mismísimo John McEnroe que más vale dejarlo y volver a toda pastilla. Desde hace un tiempo tengo la suerte de ser parte de la ITWA y el acceso a ambas zonas (entrenamientos y área de jugadores) es ilimitado, pero al principio era divertido.
Igual de divertido que pasear por la Catedral (así llaman a Wimbledon) con una acreditación que pone vagabundo. Y tan feliz, aunque tenga que ser así para siempre. Estar en Wimbledon, posiblemente uno de los lugares más prestigiosos en la historia del deporte mundial, sabe bien de todas formas. También como vagabundo.