En el lejano año 1993, Emilio Aragón, Lydia Bosch y Patricia Pérez estrenaron un nuevo concurso de televisión: El Gran Juego de la Oca. En él, los concursantes se sumergían en un tablero de la oca en tamaño gigante, rodeado de bellas bailarinas (que recibían el nombre de oquettes) y con pruebas en las que se mezclaba el riesgo, el miedo y el sentido del humor.
"Intentamos trasladar a un programa eso que sientes cuando estás viendo una película, esos momentos de riesgo o miedo cuando estás bajo el agua, rodeado de fuego o en las alturas", recordaba el propio Emilio Aragón hace unos años, cuando Antena 3 cumplía 25 años.
Al caer en una casilla cualquiera, el presentador leía al concursante un reto que debía cumplir, y le pedía que se jugase una cantidad de dinero para ver si lo superaba o no. Las pruebas solían muy espectaculares, con concursantes colgados por los aires, o buceando en la piscina, o escapando del fuego o de ácido sulfúrico si hacía falta.
El Gran Juego de la Oca fue un fenómeno televisivo del que se hizo una versión con famosos (con Mr. T o Concha Velasco como concursantes) y popularizó frases como “¡Tira dados!”. Más tarde, en una segunda temporada, Pepe Navarro, Ivonne Reyes y Eugenia Santana se hicieron cargo del programa, y hubo una tercera en Telecinco que se hacía en directo y que tuvo de maestros de ceremonias a Andrés Caparrós (hijo), Paloma Marín y Elsa Anka.
Este jueves conocimos que Endemol Shine Boomdog está trabajando en una nueva versión de este formato creado por Jocelyn Hattab, el padre de otros concursos espectaculares como La noche de los castillos.
En una entrevista con Variety, el CEO de la productora, Alejandro Rincón, ha explicado que el estudio lanzará su primer up-front (presentación de productos) en febrero, y Álvaro Godoy, director de desarrollo de la compañía, promete “giros nuevos y emocionantes”.
Las pruebas que convirtieron al programa en un fenómeno
En su primera temporada, la más recordada, El Gran Juego de la Oca tuvo 39 entregas, en las que a menudo veíamos pruebas que se repetían entrega tras entrega. Y es que ese era parte de su éxito. El espectador esperaba con ahínco que al concursante le saliese un número determinado en los dados para verle pelear en el barro, para quedarse sin pelo o para verle competir con personajes propios como el guerrero Maxthor.
Así, en esta futura vuelta, El Gran Juego de la Oca tiene que rescatar, por ejemplo, aquella casilla en la que se le hacía tres preguntas al concursante, y si las fallaba perdía su pelo. Rafael Hidalgo, Flequi, era el peluquero del programa, y solía dejar a los chicos rapados al cero, y a las chicas, con el cabello muy cortito (pero con un pelado estiloso, eso sí).
Del mismo modo, es interesante rescatar aquella jaula inspirada en la película Mad Max: más allá de la cúpula del trueno, en la que el concursante debía pelear contra Maxthor (o contra Judit, la mujer que nunca sonríe, o el enemigo que correspondiese) para lograr una llave y poder salir.
“Las pruebas eran de peligro o de mierda. Si no explotabas, te manchabas o te caías. El equipo de producción construía las pruebas sobre las ideas de los guionistas. Para saber que no matábamos a nadie, las probábamos nosotros, nos hacíamos daño y las arreglábamos”, recordaba hace poco su productor Víctor Martín, en ¿Dónde estabas entonces?
Y ciertamente, esta nueva Oca debía recoger también aquel espíritu pringoso del programa, con retos en los que el participante vuelva a acabar lleno de barro tras luchar en una piscina, con un cachete del culo decorado de body-painting o aquella en la que el plató acabó tan sucio que hasta Lydia Bosch acabó resbalándose y marcándose una caída de las que hacen historia.
Las pruebas que no sería necesario rescatar
El Gran Juego de la Oca tuvo pruebas memorables, pero también otras que vistas con los ojos del presente, 30 años después de su estreno, hacen que nos llevemos las manos a la cabeza. Por ejemplo, había muchas pruebas en las que se usaban animales como elemento de terror.
Desde urnas llenas de cucarachas a ensaladas llenas de gusanos vivos en las que solo había que comerse la lechuga, pasando por el famoso túnel lleno de serpientes y en el que había que encontrar una llave. Sin olvidar el desafío en el que una cabra tenía que chuparle los pies al concursante (y al que se enfrentó incluso Concha Velasco en Navidad)
En pleno 2021 es innecesario apostar por el uso de animales para hacer un show, y más, si pueden resultar maltratados por una reacción de miedo. Recordemos que espacios como Killer Karaoke o ¡Vaya fauna! generaron numerosas críticas de los animalistas. En la Oca primigenia en cierta ocasión se escapó una leona en una prueba, y el pobre animal terminó refugiándose en una furgoneta, aterrorizada.
Del mismo modo, chirriarían pruebas como la de beso o tortazo. En aquel reto, la oquette (o bailarina del programa) decía una frasecita, y el concursante debía adivinar si acabaría enojada dándole un bofetón, o si terminaría la frase enamorada y dándole un beso, un poco a cara o cruz. Por la cantidad de veces que se ha emitido, sin duda, la prueba más recordada es la bofetada que la oquette Raquel le pegó a Ángel Nieto, invitado del programa en Telecinco y que se mosqueó muchísimo.
Había otra prueba en la que el concursante se conectaba a una máquina que medía su ritmo cardíaco, y no podía pasar de cien pulsaciones mientras un hombre o mujer atractivo hacía un erótico baile a su alrededor.
Todas estas pruebas que comentamos son las que se veían de forma periódica en el programa. Luego había otras puntuales que también resultan chocantes, como aquella en la que el concursante debía azotar fuerte el culo de su madre; solo llegando a una determinada intensidad de golpes superaría la prueba. Algo sin duda impensable a día de hoy.