Hace no mucho, Paz Padilla atizaba de lo lindo a Jorge Javier Vázquez por su "ego". "Tú sabes que todo lo que sube, baja", le decía la gaditana. "Yo ya estoy tan alto que estoy cansado de estar en la soledad de la cima. Necesito ya calor…", contestaba el catalán.
Y curiosamente en esa búsqueda del calor, en ese pueril intento de encontrar el amor a través del trono de Mujeres y hombres y viceversa, el presentador ha sufrido un duro ataque a su ego, una humillación pública de esas que son difíciles de encajar.
En su primer día, en su primera cita, Vázquez sufría todo un plantón por parte de su joven pretendiente. "Esto es la primera vez que pasa", informaba la asesora del amor, Nagore Robles. "¿Y me lo tengo que comer yo?", preguntaba Jorge Javier. Obvio, Jorge. Obvio.
Está claro que a sus 50 años, un plante así es más o menos digerible, a pesar de que los noes se le siguen clavando "en el alma como dagas afiladas". Pero, ¿para su ego? ¿cómo sobreponerse a tamaño desprecio televisado? ¿qué siente cuando uno es el humillado y no el que humilla?
Acostumbrado a ser él quién avergüenza a algunos de sus invitados o, incluso a su compañera Belén Esteban, como sucedió esta misma semana, Vázquez tomaba este viernes un poco de su propia medicina. De la suya y de la medicina Mediaset, vaya.
Porque no nos equivoquemos. Si ese chico quería tener su minuto de gloria, tal y como le reprochó Jesús Vázquez, no podemos olvidarnos que Mediaset lleva fomentando esa cultura desde hace ya más de veinte años cuando llegó a nuestras vidas Gran Hermano.
Desde entonces, todo vale para alcanzar la fama o salir en televisión. Da igual mentir, tener antecedentes penales, no tener ni oficio ni beneficio, o ser una franquista reconocida. Cualquiera puede ser "fa-mo-so".
"Soy famoso por ser un mentiroso”, decía hace poco José Antonio Avilés en su presentación en Ven a cenar conmigo: Gourment Edition, el mismo programa que ya blanqueó en su día a la fascista Pilar Gutiérrez.
Y así es como toda una generación, la de Alberto, la de José Antonio, ha interiorizado que el fin siempre justificará los medios por alcanzar unos quince minutos de fama. Aunque esos medios pasen por humillar públicamente a alguien que busca el amor.