Olga Moreno tiene que estar fuera de Supervivientes. Jamás debió estar dentro, al menos no en un momento tan delicado como el que se está viviendo, pero ese es otro asunto. La cuestión es que la mujer de Antonio David Flores es candidata a la primera expulsión del reality y nadie merece más que ella ser sentenciada por la audiencia.
La concursante llegaba a Honduras rogando una oportunidad al público, pidiendo ser considerada como Olga, la diseñadora sevillana que ficha por el reality para vivir una aventura extrema. Una concursante que, casualmente, está casada con Antonio David Flores, pero que siempre ha tratado de mantenerse al margen -nótese la ironía- salvo por las varias portadas de revista y el Deluxe que ha protagonizado hablando de Rocío Carrasco.
Muchos espectadores creímos en la buena intención de Olga y, pese a que su fichaje por el programa nos parecía una evidencia más de la moral distraída y selectiva de Telecinco, decidimos correr un tupido velo y darle la oportunidad de demostrar su valía como superviviente.
Pero a la diseñadora de buenas intenciones le han bastado dos semanas en Honduras para demostrar que la maquinaria de facturación de su empresa familiar sigue funcionando a pleno rendimiento a costa de Rocío Carrasco.
Olga no esperó ni a llegar a la isla para mostrar sus cartas. En el hotel donde se alojan los concursantes antes de viajar a los Cayos Cochinos ya se dedicó a pregonar su excelente relación con los hijos de Antonio David. "Esa niña tiene un corazón que ya me gustaría a mí tenerlo", dijo sobre Rocío Flores. De David, el pequeño, también dio detalles: "El niño se vale por sí solo, él coge el autobús, coge el metro…".
La cosa no quedaba ahí, pues Olga no dudaba en aseverar que "en mi casa no habrán escuchado Rocío o David una mala palabra. No hables mal de la otra persona porque eso es mierda que se tragan ellos". Tendremos que suponer, entonces, que en su casa no se sintonizaba Telecinco cuando, durante dos décadas, Antonio David destrozaba en los platós a la madre de sus hijos.
Pero lo más llamativo de la estancia de la concursante en el programa es que para Lola, la hija que ella sí ha parido, fruto de su amor a prueba de bombas con el ex guardia civil, no ha habido ni una palabra de afecto. Únicamente la ha mencionado para jurar en su nombre que su marido jamás ha hablado mal de Rocío Carrasco: "Te lo juro por mi hija", le ha dicho a Marta López.
Olga no sólo ha alimentado la polémica a golpe de talonario en la isla. También lo ha hecho a golpe de machete, literalmente. La mujer de Antonio David se ha atrevido a pronunciar la frase "¿en quién estaré yo pensando?" mientras descuartiza un tronco de bambú. Sin querer añadir mala intención a su comentario, lo cierto es que hay que ser muy torpe y estar muy poco preocupada por lo que está sucediendo fuera para decir algo así en medio de la tormenta mediática a la que su familia está sometida.
La balsa de aceite en la que parece navegar Olga llega hasta tal punto que ha confesado sin remilgos lo siguiente: "Yo tengo la conciencia supertranquila, estamos supertranquilos todos". ¿Cómo se puede estar tranquila en medio de una situación tan dolorosa como la que está pasando su familia, esos dos niños a los que tanto afirma querer? ¿Se imaginan lo que ocurriría si Rocío Carrasco, después de nueve años sin hablarse con sus hijos, dijese que en su casa todos tienen la conciencia supertranquila?
Estos indicios son más que suficientes para entender que la estrategia de Olga Moreno en Supervivientes no pasa, ni mucho menos, por mantenerse al margen del conflicto que ha alimentado a su familia en estos 20 años. La sevillana está demostrando ser uno de los múltiples tentáculos mediáticos de Antonio David, una precursora más de la necesaria campaña de blanqueamiento que el ex guardia civil está liderando en la sombra desde su retiro forzoso.
Por todo ello, prolongar la estancia de Olga Moreno en Supervivientes es alimentar el sinsentido que supone apartar de los platós a un supuesto maltratador mientras se da voz a su mujer para que prosiga con su obra, utilizando sus mismas malas artes. La audiencia tiene que enviar a Telecinco un mensaje claro y contundente este jueves: el dolor de Rocío Carrasco no es un recurso con el que mercantilizar.