Televisión Española ya ha mostrado (parcialmente) sus cartas para el próximo Festival de Eurovisión. Y es que se elegirá al representante a través de un festival que se celebrará en Benidorm, que constará de tres galas: dos semifinales y una gran final.
Durante la presentación, hay dos palabras que se han repetido muchas “ganar” e “ilusión”. Parece que este año se tomarán las cosas más en serio. Amalia Martínez de Velasco, la directora de contenidos en RTVE, apunta que hay “mucha ambición, nos queremos colocar a otro nivel” y afirma que a partir de ahora Eurovisión tendrá una estrategia a largo plazo, con una planificación anual. “Se debe trabajar desde el día siguiente que termine el anterior”, apuntaba.
El principal desafío de RTVE queda claro. Pondrán toda la carne en el asador para hacer una preselección eurovisiva de calidad, quizá con los ojos puestos en Sanremo o en el Melodyfestivalen sueco. Un programa que ofrezca un impecable espectáculo musical, en el que no haya los habituales fallos de sonido o de realización que hemos visto en años anteriores.
Además, intentaran que la canción de España sea conocida más allá del público objetivo de Eurovisión, incluso fuera de nuestras fronteras. Se habla de promoción por diferentes países, en fiestas y programas de televisión, algo que echaron de menos algunos candidatos recientes.
De forma paralela, RTVE tiene otro desafío muy importante entre manos: afianzar, al fin, un método de preselección. Un formato que invite al espectador a sumergirse en la música, a participar en la elección del cantante.
Si echamos la vista atrás, comprobaremos que, hasta la fecha, Televisión Española ha tenido varios intentos de consolidar un proceso de preselección, pero ninguno ha resultado eficaz. Y pocos han tenido continuidad.
Podemos mencionar cómo en sus dos primeras participaciones en Eurovisión se emitió el programa Final nacional para elegir al artista. Conchita Bautista fue la ganadora del primer año, y Víctor Balagué en el segundo.
Dejando atrás aquellos primeros años, y algunos experimentos muy interesantes como Pasaporte a Dublín, podemos ver cómo en los últimos 20 años se han probado todo tipo de fórmulas, y ninguna ha terminado de echar raíces.
En 2000 y 2001 se optó por la fórmula de Eurocanción, donde un grupo de artistas elegidos de forma interna se enfrentaban al criterio de la audiencia y de un jurado profesional. De ahí salieron victoriosos Serafín Zubiri y David Civera.
El de Teruel logró un digno sexto puesto con la canción ‘Dile que la quiero’, pero a pesar de ello, Televisión Española cambió para 2002. Así nació Operación Triunfo, programa creado originalmente para elegir al representante. Como supimos tiempo después, muchos concursantes querían aprovechar el tirón televisivo y la formación, sin intención ninguna de ir a Eurovisión.
“Nunca me ha causado una especial ilusión Eurovisión, lo que no quita el respeto absoluto que me inspira toda la gente que está involucrada en el Festival” decía el concursante de OT1 Manu Tenorio a BLUPER en ese sentido, en una entrevista reciente.
La fórmula de OT, en la que se asignaba a dedo tres canciones a los finalistas para elegir la mejor propuesta, duró tres años. Así salieron Rosa López con ‘Europe’s living a celebration’, Beth con ‘Dime’ (canción que no le identificaba y que defendió a desgana) y Ramón con ‘Para llenarme de ti’.
Tres años duró también la fórmula para elegir al artista para Eurovisión a través de MySpace. En los años 2008, 2009 y 2010 RTVE hizo un llamamiento público para que cualquiera presentase una canción para ir al Festival, y las más votadas pasarían a una gala televisada (o varias, como sucedió en 2009). Así salió elegido en primer lugar Rodolfo Chikilicuatre con ‘Baila el chiki-chiki’, que fue un claro ejemplo de que las cosas no se estaban haciendo bien. También se eligió así a Soraya con ‘La noche es para mí’ y a Daniel Diges con ‘Algo pequeñito’.
Por dos años, RTVE eligió de forma interna al cantante, y el público escogió la canción. En el programa Eurovisión: Pastora Soler, en 2012, se votó por ‘Quédate conmigo’ y en El sueño de Morfeo: Destino Eurovisión por ‘Contigo hasta el final’, 2013.
En 2014, 2016 y 2017 la fórmula fue elegir internamente a un pequeño grupo de artistas con una canción para que el público vote, y así salieron Ruth Lorenzo con ‘Dancing in the rain’, Barei con ‘Say yay’ y Manel Navarro con ‘Do it for your lover’.
Por último, en 2018 y 2019 se volvió a apostar por Operación Triunfo como plataforma para elegir el representante. En esta ocasión, sin embargo, no era requisito imprescindible haber llegado a la final del concurso musical, ni que se tuviese que cantar de forma individual. Así se escogieron ‘Tu canción’ de Alfred y Amaia y ‘La venda’, de Miki Núñez.
Con todos estos datos, cabe preguntarse si Televisión Española logrará hacer carrera de esta unión de Benidorm y Eurovisión. Si será un sistema de elección que se repita en el futuro o si es una aventura que tiene seis meses de recorrido, y tras las galas de enero no se volverá a hablar del tema.
Para que Benidorm sea un éxito como preselección Televisión Española debe estudiar muy bien todos estos procesos de preselección ya citados. Para que no haya artistas que se tomen Eurovisión a cachondeo, y que estén preparados vocalmente. Cantantes dispuestos a comerse el escenario de Eurovisión, que reaccionen bien ante las adversidades. Que haya mucha transparencia en la elección del jurado, que se reaccione a tiempo si se encuentran algún tipo de intereses o relaciones más allá del concurso.
Que la puesta en escena sea impecable y estudiada, que sea una representación (o un calco) de lo que veremos en Eurovisión el próximo mayo, en Italia. Que no se improvise al llegar al escenario principal del Festival. Que el escenario tenga dignidad, para evitarnos algunas escenas como artistas que se tropiezan porque el suelo se mueve, o figuración que se esconde detrás de un decorado de manera ridícula.
Que las galas tengan ritmo y estén presentadas por alguien especial y no un presentador cualquiera de la casa. Y dado que es un espectáculo musical, que el sonido brille. Que no haya acoples de micrófonos, ni pistas que no se escuchan, ni tantísimos desastres acústicos que hemos vivido en estos últimos 20 años.