Vista la serie “¿Quién es Anna?” en Netflix, la primera conclusión a la que llega uno, antes incluso de plantearse el dilema moral, o no tanto, de si está bien o no estafar a millonarios y bancos, es que ser rico mola. La segunda es que parecerlo también mola. Porque si pareces rico puedes vivir como si lo fueras. Pero hay que parecerlo fuertecito, no vale con parecer solo un pelín adinerado.
Pero empecemos por el principio. ¿Que quién es Anna? Pues una muchachilla (Anna Delvey, en realidad Anna Sorokin, hija de camionero ruso) que consiguió vivir como multimillonaria fingiendo ser rica y famosa, codeándose con la jet simulando ser uno de ellos y logrando que fuesen siempre los demás los que pagaban. Y es que, esto lo aprendimos ya con el documental de Georgina, ser rico sale muy barato porque siempre hay otro rico que invita.
Un serie flojita, una buena historia
La serie, basada en la historia real de la estafadora Delvey, es un poco meh, no me voy a poner ahora estupenda. Ni siquiera la fantástica Julia Garner consigue levantarla en un papel en el que no acaba de dibujarse bien un personaje que se intuye fue carismático. ¿De qué otra manera podría alguien acabar viviendo de la pasta de los demás durante tanto tiempo sin levantar sospechas? En la serie, sin embargo, lo que encontramos es a una niñata caprichosa y desconsiderada que no cae bien. Mientras es descrita por los otros personajes, en conversación con la periodista, como inteligente, sofisticada y deslumbrante, se comporta como una maleducada y una desequilibrada. Dan más ganas de dejarle pagada la terapia que de prestarle nuestra tarjeta de crédito.
Tengo que reconocer, llegados a este punto, que es que yo a la Garner le veo un puntito choni que no se lo empaña ni un Channel ni unos Manolos. Tiene ese rictus, como si siempre hubiese algo cerca que huele mal o estuviese a punto de escupir en el suelo para luego limpiarse la boca con la manga y, de paso y aprovechando la inercia del movimiento, los mocos. Y ese aire arrabalero, claro, es muy Poli Díaz en el papel de Zack Mayo: hay algo que chirría y no entiendes que pase lo que pasa.
Cómo parecer rico y famoso
Que la historia daba para serie es innegable. Quizá podría haberse contado en tres capítulos con un pelín más de ritmillo en lugar de en nueve que a veces se hacen eternos. Incluso en una peli. Pero vale la pena verla. Yo recomendaría, si se me acepta la sugerencia, hacer una trilogía de visionado y verla después de la docuserie “Soy Georgina” y el documental “El timador de Tinder”. Algo así como un máster a distancia sobre cómo comportarse como un rico y parecerlo bastante.
Por supuesto, y en la línea de toda reciente producción audiovisual que se precie, tiene su ración de minorías étnicas, maridos que comparten los cuidados, diversidad sexual y feminismo. Así que todo en orden. Al final la moza acaba en la cárcel: no solo había timado a todo el que se cruzaba en su camino y había dejado a deber en hoteles de lujo, es que también había falsificado documentos para conseguir préstamos millonarios. Una joya, vamos.