Primer programa de Operación Triunfo, 22 de octubre del 2001. Una nerviosísima Rosa López se enfrenta a su primera minientrevista, al igual que el resto de sus compañeros, con el que era por entonces uno de los presentadores estrella del momento, Carlos Lozano. Una bienvenida por la puerta grande de la televisión que no estuvo exenta de la primera humillación pública a la de Armilla. La joven reconoció, tras la insistencia del maestro de ceremonias, que creía que no iba a ser seleccionada para entrar en la academia a consecuencia de su físico. Cuestión que Lozano atajó con un "aquí el físico no tiene nada que ver" y que finiquitó con el ocurrente pregunta de "¿Quieres que conozcamos el comedor?". Rosa, avergonzada y sobrepasada por todo, sonreía. Aunque obviamente, para ella no pasó desapercibido que mientras que a otros concursantes les hacían sugerentes preguntas sobre los dormitorios donde iban a pernoctar, a ella se le preguntaba con entusiasmo si quería saber donde le pondrían la comida. Cómo no, a una chica gorda lo que más le gusta es comer -nótese la ironía-.
Han pasado 21 años desde que 16 jóvenes pasaron de ser meros desconocidos a protagonizar el mayor fenómeno fan jamás despertado en nuestro país. Más de dos décadas desde que toda España se enamoró del talento de unos casi adolescentes que sin saber dónde se metían, pasaron a formar parte de las vidas de millones de personas enfervorecidas por un éxito sin precedentes. La popularidad desmedida hizo que los integrantes de la primera edición de Operación Triunfo se convirtiesen en ídolos de masas a los que nada ni nadie se les ponía por delante. Un sueño aparentemente de hadas, que como toda historia cuenta con una cara b.
En el centro del este fenómeno social se encontraba ella, Rosa López. Una jovencísima granadina de familia modesta que llevaba años luchando por hacerse un hueco en el mundo de la música mediante de aquello que denominaron BBC (bodas, bautizos y comuniones). Una chica más entre millones que despertó el interés de una productora que supo ver en ella algo más. Pese a que Rosa estaba muy lejos de asemejarse a cualquier otra chica que en aquel momento despuntaba en el panorama musical, los ojos de las personas que la eligieron supieron que esa niña de 19 años estaba hecha del material con el que funciona la televisión: emoción.
Nada más salir un primer plano, los espectadores se extrañaron al ver una joven que no se adaptaba a los cánones de estrellas pop que imperaba en la época -tengamos en cuenta que el fenómeno body possitivity se gestó 15 años después-, pero que sin embargo contaba con una historia potente y algo que la hacía aún más especial, una excepcional voz.
Rosa cantaba, y muy bien. Pero su estela mediática no solo se basaba en su talento. Desde que puso un pie en el mítico plató barcelonés donde se grababa Operación Triunfo, todos los ojos fueron a parar a ella. Tenía kilos de más, sí, aunque menos de los que nos hicieron creer, y su verborrea era propia de alguien con escasa formación cultural, pero tampoco difería demasiado de la de otros concursantes de la edición. Condiciones que le otorgaron el papel de blanco fácil para hacer con ella todo tipo de comentarios y acciones que hoy día harían sonrojar al más escéptico en estos temas. Alusiones a su persona que en su día aplaudimos y reímos, pero que hoy serían inadmisibles. Todo ello con un halo de cariño que nos 'limpiaba' de culpa y nos hacía sentir mejores personas después de carcajear por sus meteduras de pata. Qué peligroso es el amor fraternal mal entendido...
Desde el primer día, la cuestión del peso hizo de Rosa la concursante más popular del programa y la organización decidió que la joven tenía que salir de la academia hecha 'un figurín'. Manos a la obra. Se puso entonces en marcha todo un despliegue de medios para hacer de López una chica que se ajustase un poco más a los cánones, era su obligación si lo quería es ser una estrella. Un plan perfectamente trazado que convirtió su concurso en una mezcla de formatos que nada tenían que ver con la música. En cada una de las galas se realizaba un seguimiento del peso de Rosa López, si había perdido o no. Una tradición que fue tan constante que ya parecía raro no saber cada semana cuánto había marcado la báscula de la cantante.
Rosa estaba en OT, pero de repente, y sin ellos saberlo, convirtieron su participación en la antesala de lo que años después pasaría a llamarse La Báscula -formato autonómico en el que personas con sobrepeso luchan por perder los kilos que les sobran con la ayuda de expertos- o incluso en Cámbiame. Mientras que al resto de sus compañeros se les hacía mención de su evolución en la academia, a Rosa el repaso a su semana iba acompañado de "y qué delgada te estás quedando". Una alusión a su cuerpo que no hacía más que añadirle presión a la cabeza de una joven que acababa de salir de su pueblo sin saber la trascendencia de su paso por la televisión.
De la noche a la mañana, las caras de estos jóvenes forraron las carpetas de todos los chicos de instituto del país. Un aluvión de público adolescente que alentó a que en el concurso se potenciara la faceta sexual de los concursantes. Se dio rienda suelta así, a ojos del espectador, a las posibles relaciones sentimentales que estaban surgiendo entre los participantes, que verdaderas o no -no importaba-, añadían morbo al asunto. Todos tenían su 'partner', menos Rosa. En el caso de la granadina el grado de protección y el monotema de su sobrepeso acaparó tanto que se extendió sobre ella una infantilización por la que no la trataban igual que el resto. Rosa no podía gustar como mujer a sus compañeros, puesto que su físico probablemente no era apto para ello. Motivo por el cual, inclusive, cuando se insinuaba algo respecto a su lado más sexual se trataba desde una perspectiva tan absurda que lejos de liberarla no hacía más que avergonzarla aún más.
Rosa adelgazó, y como para no hacerlo. Las dietas hipocalóricas y las sesiones de ejercicio modificaron la silueta de la granadina, que mientras más superaba las semanas de concurso más halo de ganadora iba cogiendo. España se enamoró de ella, de su historia de 'Cenicienta' moderna mezclada con 'patito feo' que se convirtió en cisne, todo ello para deleite de una audiencia millonaria que la vería completar su trasformación llevándola a un concurso internacional: Eurovisión. Un certamen donde ella se quedó a medio gas y en el que no se consiguió que el fenómeno de masas que aquí vivíamos calase fuera de nuestras fronteras.
El resultado de la ecuación efectuada tras OT era una Rosa distinta, una mujer que ya no era la que había salido de Armilla ni física ni emocionalmente. Una persona convertida en producto a la que le tocaba luchar para seguir gustando al público más allá del enorme atractivo que despertó su evolución en directo. Ninguno sabemos, ni ella misma tampoco, qué hubiera pasado con Rosa de no acudir al casting de OT1. De hecho, resulta un tanto absurdo hasta pensarlo, pero lo que es una realidad tangible es que sus vivencias fueron producto de una época en la que no se la trató como se debía y en la que todos fuimos un poco culpables sin darnos cuenta.