Hace unas semanas, Netflix estrenó la serie Heartstopper, que narra cómo dos muchachos jóvenes se enamoran en el instituto. Uno de ellos tiene su orientación sexual muy clara, es abiertamente gay, mientras que el otro va descubriendo, poco a poco, quién es y aceptando que igual que hasta entonces le gustaban las chicas, también puede sentir atracción por los chicos. Una ficción que fue muy aplaudida pues, en muy pocas ocasiones, las ficciones de adolescentes han contado un romance de dos jóvenes del mismo sexo con tanta naturalidad y romanticismo.
En España, sin embargo, tuvimos nuestro propio Herstopper hace ya la friolera de 22 años, gracias a la serie de Telecinco Al salir de clase. Esta ficción se estrenó en 1997, y en sus primeras temporadas introdujo, muy de puntillas, algunas tramas sobre diversidad sexual. Por ejemplo, en etapa inicial, conocimos a Quique (Jesús Cisneros), el dueño de la discoteca donde se reunían los chicos a tomar algo, y que se declaraba abiertamente bisexual. De hecho, en el pasado tuvo un novio, que, despechado, regresó del olvido para torpedear su boda con Raquel (Elsa Pataky), y lo consiguió.
En la segunda temporada entró en la serie Clara (Laura Manzanedo), una chica que, en principio, era lesbiana, y que sintió un flechazo fuerte por su compañera de clase Miriam (Marián Aguilera). Pero como el amor no era correspondido Clara se volvió, literalmente, muy loca, hasta el punto de que una noche se coló en su casa y le prendió fuego a la cocina. Luego Clara echó tierra sobre su orientación sexual, justificando que estaba traumatizada por un padre abusador, y solo tuvo relaciones con chicos. Jamás se hizo más mención a su pasado, o a su teórica bisexualidad.
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La primera trama en la que los homosexuales no eran vengativos o pirómanos llegó en el verano de 1999, mientras los protagonistas trabajaban en un club de verano. Allí conocimos a Guillermo (Jesús Cabrero), un padre de familia que ya ha superado los 30, y que quiere dejar de vivir en una mentira, y comienza a hablar de su homosexualidad. Incluso parece tener cierto interés en Max (Jaime Martín), quien se convierte en su mayor apoyo.
Unos meses más tarde arrancó la tercera temporada de la serie, en septiembre de 1999, y llegó el personaje de Santi para ponerlo todo del revés. Interpretado por Alejo Sauras, Santi era un chico rebelde, que no se lleva bien con su hermana Violeta (Marta Solaz), y que no acepta que su madre (Irune Manzano), separada, rehaga su vida con otro hombre. Entre tanta rebeldía, Santi aceptará que es homosexual, y se declarará a su amigo Nico (Rodolfo Sancho), quien no le corresponde, pero le apoya. Esa salida del armario se convertirá en la comidilla del instituto, y hasta le provocará un enfrentamiento con un grupo de pseudo-neonazis, la famosa y temida banda del bate, que dejaron a Nico en silla de ruedas tras una paliza.
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Durante los meses siguientes, la homosexualidad de Santi pasó por la serie sin pena ni gloria. Como mucho, tuvo que explicarle a alguna chica que con él no iba a conseguir nada. Que era gay era algo que se sabía, pero el personaje estaba demasiado ocupado montando negocios como el Cibercomic como para preocuparse en tener novio. Hasta que llegó el verano del año 2000, y en un nuevo club de vacaciones, se acercó a un compañero de instituto, Rubén, interpretado por Bernabé Fernández.
Rubén, en principio, era un chico heterosexual. Y tenía por novia, ni más ni menos, que a la Miss España Helen Lindes, en lo que fue su debut como actriz. Sus primeras tramas iban alrededor de ligues y posibles infidelidades, hasta que Santi entra en su vida.
Un día, mientras que Santi está atendiendo a Rubén y su pandilla, Rubén se quiere hacer el machito y le lanza unos insultos homófobos. Como es lógico, a Santi le sientan muy mal. Y poco después, Rubén se acerca a él para pedirle perdón, eso sí, a solas, porque no quiere que sus amistades le vean hablando con un gay.
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Hay que destacar que en Al salir de clase había mucha fantasía, como en cualquier serie de jóvenes. En un año una alumna podía sufrir un aborto, conseguir un contrato como actriz para irse a México y dejar a un novio plantado en el altar, por ejemplo. Y todo cuando, en teoría, con una edad que ronda los 18 años.
Sin embargo, con Santi y Rubén hubo mucha verdad, y más en sus primeros diálogos. El día que Rubén va a disculparse por sus insultos, el joven baja la guardia. “Sabes muy bien por lo que estoy pasando...”, le decía a Santi. “Creo que no lo sabes ni tú”, le respondía el otro joven. En una medio salida del armario, el personaje de Bernabé Fernández reconocía cómo Santi le ha ayudado a tener las ideas más claras, que con él puede mostrarse tal y como es. “No sé si tengo que levantarme un día y mandarlo todo a la mierda...” decía el chico. Entonces, Santi se convirtió en su aliado, y también en la de toda la audiencia joven y homosexual que estuviese viendo esa serie. “Rubén, yo sé que no es fácil abrirte al mundo, pero tienes que ser sincero, contigo mismo y con la gente con la que te rodea”. “He fingido también tanto tiempo... Mi vida es una farsa. Como que he interpretado el papel que me han asignado. Pero ya estoy harto…” se lamentaba el otro chico, hasta que terminan dándose un beso fugaz, un pico que ahora mismo parece la cosa más casta del mundo. El que dio el primer paso no fue el hasta entonces heterosexual Rubén.
Rubén tenía miedo, todo el que Santi no tuvo, pero sí tantos jóvenes de aquella España que acababa de entrar en el año 2000. Recordemos que, en aquel entonces, la comunidad LGTBIQ+ estaba discriminada incluso legalmente. El matrimonio solo era válido ante la justicia entre un hombre y una mujer, una persona homosexual no podía casarse con quien amase. El miedo de Rubén era totalmente comprensible.
¿Fue todo un cuento de hadas? Para nada. Ese miedo, esa homofobia interior que sentía Rubén, salió a la palestra al saber que otro chico había grabado todo en vídeo, cual espía. Y por eso tuvo que mover cielo y tierra para encontrar la cinta con el beso. “¿Sabes lo que pensaría la gente sobre eso?”, gritaba Rubén, pidiendo la prueba de su delito. “¿Que me quieres?”, le pregunta Santi. “¡No me seas maricón! ¡No quiero que la gente me despelleje por algo que no soy!”, se lamentaba Rubén, queriendo negar su propia orientación, atemorizado, catalogando el beso que le dio al personaje de Alejo Sauras como un error. “¡Yo no soy como tú! ¡Soy capitán del equipo de rugby y tengo novia!”, exclamaba Rubén, que no quería ni imaginarse que, realmente, era como Santi, y que no debía pasarlo mal por ello.
Entonces Santi le dijo otra gran frase, tanto a Rubén como a todos los jóvenes que vivían en el armario: “Pase lo que pase quiero que sepas que soy tu amigo, que sé cómo te sientes y lo difícil que es. Y que quiero ayudarte. Pero también sé que si no reconoces lo que eres vas a ser un desgraciado toda tu vida, y yo no me lo perdonaría, por no haber hecho lo que estaba en mi mano para impedirlo”.
Con el paso del tiempo, Santi y Rubén formalizaron su relación (una vez que, giros mágicos de los guionistas, muriese la novia de Rubén asesinada durante sus vacaciones), y vivieron su amor como cualquier otra pareja de la serie, con sus idas y venidas. Pero el valor que tuvo esta trama fue enorme para mucha gente, que encontró en esta serie el valor para tomar las riendas de su propia vida, y convirtió a Alejo Sauras y Bernabé Fernández en sus referentes. He ahí la verdadera magia de la televisión, de la que tantas veces se habla.
Como supimos más tarde, no fue nada sencillo que Telecinco permitiese tener un adolescente gay con novio. En una entrevista en Vanity Fair, el guionista Jaime Palacio contó cómo se permitió que hubiese un chico gay, “siempre y cuando no “ejerciera”. Se podía hablar de que era gay, así, en abstracto conceptual, siempre y cuando no se materializara en nada. Santi no podía tener pareja. Jamás”. Así, Palacio contaba cómo cada propuesta para que Santi tuviese novio se iba al traste, hasta aquel verano de 2000, donde consiguieron la libertad que deseaban. “Santi y Rubén expresaban su amor como todos los demás, se besaban cuando tenían que besarse… Y, para sorpresa de todos, la trama fue un éxito. Y llegó una nueva y extraña orden: que si, que vale, que fueran novios… pero que nada de besarse, que no eran horas”.
Por supuesto, el resto de parejas heterosexuales sí se besaban, o los veías en la cama después de haber tenido un encuentro carnal. Pero Santi y Rubén entraron “en una nueva y extraña fase de noviazgo esquimal, frotando sus naricillas como máxima expresión erótica…”. No importaba. El mensaje llegó a la gente que tenía que llegar, y la serie recibía cartas de personas dando las gracias.
“Santi y Rubén cumplieron el propósito para el que fueron creados: dar esperanza a millones de adolescentes gays. Darles un referente de normalidad. Decirles, desde esa todopoderosa pantalla, que salieran a buscar su felicidad sin importarles la opinión de nadie. Que nunca pidieran perdón, o siquiera permiso, por ser ellos mismos. Fue increíblemente emocionante y maravilloso”, añadía Jaime Palacio en esa misma entrevista. Y sus palabras no pudieron ser más acertadas, porque aquellos personajes dieron luz a muchos jóvenes que creían que, por su orientación, tendrían que vivir siempre en la oscuridad.